JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
“ Si yo no creyese
a la ciencia histórica capaz de explicación y evocación ante la
desgracia y la grandeza humana ( teniendo, como perspectiva, la gran esperanza
de aliviar una y ayudar a la otra), no
pasaría mi vida entre medio de cifras y legajos. Ahora bien, si fuésemos a la
búsqueda del hombre con vagos sentimientos de bondad y una intención de
literatura, añadiríamos a la inutilidad pretensiones antipáticas. No es una
ciencia fría lo que queremos, pero es una ciencia”.
Esta cita tomada de una carta de Pierre Vilar a
Josep Fontana en 1957 cuando éste iniciaba su carrera de historiador,
define bien las principales notas de la concepción históriográfica del que fue
uno de los más importantes historiadores
y destacados hispanistas del pasado siglo, fallecido a principios de
este agosto último. Quizás ninguno mejor
que él supo hacer la síntesis entre las dos grandes tendencias historiográficas
que marcaron la dirección del
conocimiento histórico del siglo XX en busca de
la superación y modernización de la historia positivista decimonónica.
Me refiero, claro está, a la escuela de
Annales y a la historiografia fundamentada en el materialismo histórico.
En mi humilde entender la
singularidad de Pierre Vilar como
historiador fue la de intentar hacer una
“síntesis” de ambas tendencias, pero, no tanto teóricamente integradora, como
eliminadora y superadora de los excesos y limitaciones con que se venía
practicando la historia por muchos de los historiadores adscritos a ellas.
Pretendió, por una parte, en virtud de la experiencia de su oficio de historiador
y de su condición de científico social, no caer en el dogmatismo de la vulgata
teórica marxista, sino aplicar la teoría del materialismo histórico a la
materia histórica contrastando la teoría con los resultados de la investigación
en un juego dialéctico que permitiese ir depurando progresivamente tanto la
teoría como la comprensión del proceso histórico. Legó así a los historiadores
una metodología para el análisis histórico propia y rica que para muchos de
ellos en lo esencial todavía está plenamente vigente.
Por otra parte, su vinculación a la primera etapa o generación de Annales como discípulo de Febvre y
seguidor de Labrousse, continuó después
con la segunda generación annalista tras la segunda guerra mundial y la guerra
fría bajo la dirección de Braudel. Con ambas generaciones, dentro de su perspectiva teórica marxista,
compartió los supuestos de la unidad y
la totalidad de la materia histórica y la necesidad de su análisis integral, en
los que basaba la condición de ciencia de la historia y su especificidad frente
a las otras ciencias humanas cuyos métodos criticaba por su visión unilateral y
por su ahistoricismo.. Postulados que defendió
tanto frente a las posiciones del estructuralismo marxista de Althusser
como del posestructuralismo de Foucault y el idealismo de Raymond Aron,. o ya
más tarde en los años 80, contra el posmodernismo de Braudillard.
Algunos de esos escritos críticos,
como en el que debatió con Althusser, Historia marxista, historia en
construcción, están entre lo mejor de su producción historiográfica y
tuvieron un gran impacto intelectual. Incluso personal como fue el caso de
Foucault. Vilar hizo una dura crítica a
su emblemática obra Las palabras y las cosas, en la que
desmontaba sus tesis motejándolas de literarias y de escaso fundamento
científico, además de recriminarle los numerosos errores históricos cometidos
en los datos que utilizaba y su gran desconocimiento histórico. Foucault, según
cuenta Dosse, no sólo no encajó bien la crítica sino que montó en cólera cuando
la conoció e incluso llegó a tratar de utilizar “procedimientos
inquisitoriales” para que el texto de Vilar no se difundiese.
Es obvio que esa identificación
teórica de Vilar con los Annales de la primera y segunda generación no continuó
cuando los “jóvenes turcos” de la tercera generación de la escuela desalojaron
a Braudel e impusieron dentro de ella su proyecto de historia fragmentada, la
historia “en migajas”, que no era sino
lo contrario de la historia globalizadora
y transformadora que él defendía. En realidad, desde su concepción marxista de la historia,
tampoco debió de comulgar mucho con la posición acrítica, academicista que los Annales
adoptaron en el contexto de la guerra fría y que les valió el apoyo
presupuestario de la Fundación Rockefeller.
De esa especificidad que siempre defendió para el conocimiento histórico
concretada en su expresión “pensar
históricamente” y fundamentada en el objetivo de analizar la dinámica social en
su totalidad significativa, extrajo hasta sus últimas consecuencias, tratando
de incluir la subjetividad del historiador en el propio análisis histórico.
Planteamiento que le llevó a incluir
como preámbulo de la que fue su magna
obra, Cataluña en la España moderna (1962), lo que él denominaba,
la “egohistoria”, su personal itinerario vital, como un elemento más de
comprensión de su investigación. Y esa actitud fue, además, la que hizo posible
que alguien como él tan reservado y poco proclive a aparecer en los medios,
aceptase al final de su vida, cuando ya estaba afectado por la ceguera, dictar
su autobiografía que se tituló significativamente Pensar históricamente
y que fue también en cierto sentido su
testamento intelectual.
Ese itinerario vital e
intelectual nos explica no sólo la importancia decisiva que para su formación
intelectual tuvo su experiencia de normalien, alumno de la Escuela
Normal Superior de París, donde se formaron algunos de los mejores
intelectuales franceses( el mismo fue
condiscípulo de Sartre y de
Nizan) sino también como lo fue para su formación como historiador y para su
obra histórica futura su vinculación con Cataluña. Vilar conoció por primera
vez la región catalana en los años 20 cuando se desplazó a Barcelona para
realizar una investigación geográfica sobre la industria barcelonesa. Pero fue
la experiencia vivida en Cataluña durante aquellos años 30 ( hasta los inicios
de la guerra civil) plenos de acontecimientos y tensiones sociales la que terminó convirtiéndolo en un profundo observador y conocedor de la
cultura y la realidad catalanas y le incitó a convertirse en historiador para
desentrañar el peculiar caso que en el marco de la historia de Europa
occidental constituía el nacionalismo catalán.
La otra gran experiencia de su
vida que le marcó también personal e históricamente de manera indeleble fue la
segunda guerra mundial. Pasó cinco años de su vida preso en campos de
concentración alemanes en Alemania, Polonia y Austria
De hecho, las dos obras más
importantes y conocidas de Pierre Vilar
tienen relación con esas dos
etapas de su vida y fueron, sin duda, eslabones decisivos en su posterior obra
de hispanista y “catalanista” ( entiéndase: conocedor profundo e investigador
de la cultura y la historia catalanas). Cataluña en la España moderna no es sólo un profundo análisis de los
fundamentos económicos del nacionalismo catalán y la elaboración de una
metodología propia del análisis histórico dentro de la teoría del materialismo
histórico que seguiría perfeccionando a lo largo de toda su obra. Significó
también, además de cubrir la profunda laguna que existía del conocimiento de la
historia de Cataluña en la Edad Moderna, poner las bases para continuidad del
estudio científico del proceso histórico catalán que había iniciado Vicens
Vives para la etapa contemporánea y se había interrumpido con su prematura
muerte. Asimismo, la importancia de esa obra fue decisiva en el futuro
profesional de Vilar que tras su marcha de Cataluña terminaría accediendo a la
cúspide de la pirámide académica francesa.
A su vez fue durante su etapa de cautiverio cuando Vilar escribió aquella
pequeña gran Historia de España que, difundida en la
clandestinidad en España, fue uno de los libros de historia más leídos en
España en aquellos años y nos sirvió a muchos como eficaz antídoto contra la
versión oficial de la historia franquista y sigue siendo hoy, a pesar del paso
del tiempo y los avance historiográficos, todavía aprovechable en muchos de sus
análisis, aunque se compadezca mal con el paradigma de la “normalidad” y la
homologación europea que domina hoy las interpretaciones de nuestra historia.
Quizás sea menos sabido que Vilar, sin conocer la síntesis de historia de
España realizada en los años 30 por Rafael Altamira para la editorial Armand
Colin, utilizó como única fuente bibliográfica
para realizar la suya la Historia
de España y de la civilización españolas que Altamira había gestado en
su etapa asturiana como miembro del claustro de la Universidad ovetense.
Incluso, por su frustrado intento de
tratar de evitar la censura que le impedía acceder a algunos de los
tomos que le enviaron, fue castigado con su traslado a otro campo de
prisioneros. Vilar, como muestra del elevado valor que le concedía a la obra y
a la práctica historiográfica de Altamira, aceptó gustoso más tarde – cuando éste ya había fallecido-
el encargo que se le hizo de completar la síntesis de historia de España del
historiador institucionista. Lo que llevó a cabo redactando un apretado y
excelente capítulo sobre el último
período de nuestra historia que aquél no había llegado a tratar.
Ahora tras el
reciente fallecimiento del gran historiador e hispanista francés se hace más
necesario, si cabe, volver a revisar su obra para tratar de poner en claro y
recuperar aquello que sigue aún vigente de sus contenidos y de su método.
Además de renovarle nuestro agradecimiento por una obra que contribuyó en gran medida a que muchos
españoles- por decirlo con una idea suya- pudiesen comprender su
historia para conocer su presente. Como también por haber ayudado
con ella a que muchos historiadores de todas las partes del mundo aprendiesen a
“pensar históricamente”.
(PUBLICIADO EN EL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO)
No hay comentarios:
Publicar un comentario