CULTURA ERUDITA Y CULTURA POPULAR EN LA ESPAÑA LIBERAL
JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
Entre esa pléyade de historias de España que se han ido publicando a lo largo de la etapa democrática, la Historia de España. 3º Milenio de la Editorial Síntesis, presenta, además del rasgo de su amplitud – ya rebasa la docena de tomos y sigue en proceso de publicación- dos características específicas que la distinguen de las otras.
Por
una parte, siguiendo el modelo de aquella colección histórica francesa de la
Nouvelle Clio, que tanto éxito tuvo en los medios universitarios españoles en
los años setenta, su contenido incluye, además del texto principal que pretende
ser una síntesis actualizada del correspondiente tema histórico, un estado de
la cuestión de cómo ha sido tratado por la historiografía. Lo que la convierte
en una aprovechable herramienta para el trabajo universitario y el conocimiento
del lector especializado. Por otra parte, esta colección histórica concede gran entidad
a los temas de aquello que se llamó en los años setenta los nuevos territorios
del historiador. Territorios hoy ya habituales para los historiadores pero
todavía medianamente roturados por la práctica investigadora. Como ocurre con la
denominada “nueva historia cultural” que
abarca desde la historia de las mentalidades -lo que hoy se conoce como
historia de las representaciones colectivas o del imaginario colectivo- a la
historia de la cultura popular y la vida
cotidiana.
En esta Historia de España. 3º
Milenio, que cuenta ya con sendas participaciones de dos destacados contemporaneístas
asturianos- Enrique Moradiellos y David Ruiz-
acaba de aparecer un nuevo tomo- La España liberal. Cultura y vida
cotidiana- sobre la historia cultural del Sexenio democrático y la
Restauración, del que es autor otro historiador asturiano: Jorge Uría. Profesor
de la Universidad de Oviedo y autor de una excelente
Historia social del ocio en Asturias (obra, por cierto, ya
difícil de encontrar y que sería necesario reeditar), y de otros importantes
trabajos sobre la historia cultural de Asturias y de España, Uría es hoy uno de mejores conocedores e
investigadores españoles en este campo.
La
“nueva historia cultural” se caracterizó desde sus inicios por su indeterminación
teórica y todavía hoy la mayoría de las
obras que se escriben sobre esa temática siguen adoleciendo de ese mismo defecto. Por ello, y a pesar de los intentos de algunos señeros
historiadores- Michel Vovelle y Georges
Duby, por ejemplo- de proporcionarle un sólido
basamento teórico, terminó convirtiéndose en una especie de cajón de
sastre de temas históricos irrelevantes, pero que produjo obras que alcanzaron cierto interés entre el público
lector no especializado hasta llegar a convertirse algunas de sus obra en auténticos
best-sellers, pero que tenían escaso valor para el conocimiento científico.
La
principal virtud de esta obra de Uría es precisamente no caer en ese defecto de la indefinición teórica. No
sólo porque el autor trata de establecer en su texto la relación e interacción
entre la “alta” y la “baja” cultura ,
sino que entiende la cultura de la etapa que analiza no como algo único e
indivisible, el “espíritu de la época” del que hablaba Hegel, sino como un conjunto de subculturas
que luchan entre sí por la hegemonía dentro de la sociedad, a la vez que realiza un excelente análisis de las bases materiales y sociales de la producción cultural y la vida cotidiana de
la etapa, que convierten este libro en una verdadera historia social de la
cultura.
El
punto de partida del análisis del historiador asturiano ha sido la etapa del
Sexenio democrático con un análisis detallado tanto de la producción de la
“alta cultura” (pensamiento político y económico, creación artística y
literaria, científica y tecnológica y organización y funcionamiento del sistema educativo)
como de los aspectos referidos a la cultura
popular y vida cotidiana. Esquema que repite en su análisis de la cultura de la
Restauración, que constituye el núcleo del libro y en el que dedica una amplia
atención a los aspectos de la vida cotidiana y la cultura popular (literatura
popular, trabajo y ocio, sociabilidad, alimentación, sanidad, alojamiento,
vestido, sexo, género, familia). Todo ello acompañado con el despliegue de una copiosa y relevante información
y salpicado con frecuentes referencias al caso asturiano.
La
conclusión a la que llega Uría es que el legado cultural aportado por el Sexenio se
convirtió, a través de un krausismo readaptado, en el fundamento del desarrollo y la modernización de la cultura española humanística y científico-
técnica posterior. El Estado liberal de la Restauración, sin embargo, con su
exclusión política y social de las clases populares, no lograría convertirla en
hegemónica e integrar en ella a la cultura popular. Lo que conseguiría sólo en cierta medida el desarrollo de un
incipiente mercado cultural.
En
el “debe” de la obra, habría que colocar, en el aspecto formal, algunos
pequeños defectos materiales que no cabe achacar al autor, sino a los responsables de la edición, además de ciertas ausencias notorias en la bibliografía
y el que ésta no se haya dispuesto de manera estructurada. Aspecto de la mayor
importancia en una obra de esta índole. Así como la ausencia de un buen índice
onomástico, instrumento básico también para el eficaz manejo de un estudio como éste.
En
cuanto a los contenidos, y como no puede ser de otra manera en una obra de esta
envergadura, echo de menos, en el campo de la alta cultura, algunos aspectos
que no se han tratado como, por citar uno, la ausencia de la referencia al pensamiento y la
historiografía americanista dentro de contexto del pensamiento nacionalista
español liberal, tema del que ya existe hoy una importante bibliografía y acerca del cual, por cierto, algunos hemos tratado aquí en Asturias en el marco de
análisis de la obra de Rafael Altamira. Y respecto de la cultura popular y la vida cotidiana,
quizás, el análisis de Uría esté excesivamente polarizado sobre la vida
cotidiana y las subculturas del mundo
urbano y haya relegado en demasía el examen de la cultura campesina en una sociedad abrumadoramente rural como lo era todavía la
de la Restauración. Pero tal vez la
mayor crítica que puede hacerse al
contenido de un libro como éste sea el escaso desarrollo que dedica al capítulo
del estado de la cuestión
historiográfica que queda limitado a un
mero análisis bibliográfico.
Todo
lo cual no debe oscurecer el enorme saldo positivo que presenta esta historia.
Para mí, sin duda alguna, la mejor, con diferencia, de las dedicadas en la Historia
del 3º Milenio a esta temática, y una obra que confirma a su autor como uno de los más destacados historiadores
españoles en el campo de la historia cultural.
.
EL OFICIO MINERO
J. A. V. I
. La unidad de la clase tuvo como
obstáculo la gran importancia que seguía
teniendo todavía en esta etapa el
trabajador de oficio. El oficio no sólo era
el eje que definía la actividad laboral, sino que también seguía
marcando los valores y el prestigio
social del trabajo, las formas de sociabilidad
y hasta la vida cotidiana de los trabajadores. “Algunas categorías de
obreros- escribe Uría- que andando el tiempo se convertirían en abanderadas de
la clase y verdaderos emblemas de la conciencia obrera , como la de los
mineros, no sólo constituían una ocupación escasamente proclive a converger con
otras en la defensa de sus intereses, sino que, además ofrecían en la
Restauración una imagen de acentuada fragmentación interna. Dada la escasa
depuración y síntesis de las fases del trabajo, en un contexto de escasa
mecanización, los sencillos métodos de extracción acabaron por estructurarse en
aproximadamente en media docena de fases básicas que se correspondían con otras tantas
categorías de trabajadores (…)” ( Página 301)
l
EL
CONTROL DEL SEXO
J. A. V. I.
La vigilancia sobre el sexo como
competencia del Estado, iniciada ya en
el XVIII, va dar un paso más en la etapa de la Restauración. “ (….) Se
despliega toda una nueva tecnología del
sexo que lo aparta gradualmente del
universo del pecado- y por tanto de su vigilancia por fuerzas del Antiguo Régimen como la Iglesia-
para sumergirlo en imperativos como los de la pedagogía, la medicina o la
economía; todo ello supone sujetar estrechamente tanto el sexo como las
funciones reproductoras al servicio de nuevo Estado liberal a través de redes
como las educativas olas médicas que descansan en saberes laicos, emancipados
de la tutela eclesiástica y por completo
en la órbita del nuevo orden político, (….)” ( Página 328).
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