EUROPA ANTE
LA CRISIS DE LOS REFUGIADOS
Julio
Antonio Vaquero Iglesias
Como cada
año este 20 de junio se conmemora el Día Mundial del Refugiado y, sin duda,
esta vez esa conmemoración tiene una connotación especial tras todo lo ocurrido
en el año anterior con el intento masivo, de cientos de miles de refugiados, que intentaron entrar en la Unión Europea a
través de las islas griegas, en un viaje que significaba arrostrar graves
peligros e innumerables sufrimientos. Huian la mayoría de la guerra sin
cuartel, con bombardeos y asedios causantes de numerosas víctimas civiles, que se está
desarrollando en Siria. Y otros de las
consecuencias de los conflictos que están padeciendo en algunos países de la
zona como Irak, Afganistán y Pakistán.
La grave
situación creada en la Unión Europea por ese incesante, voluminoso e imparable
flujo migratorio, en el que se mezclan y se confunden los refugiados con los
migrantes económicos, se ha convertido en uno de sus más graves problemas hasta tal
punto que está poniendo en peligro no
sólo el mantenimiento de algunos de sus pilares básicos fundacionales como el derecho de asilo o la libre
circulación de las personas por el espacio europeo ( Tratado de Schengen), sino
también los derechos básicos de las personas migrantes, además de estar abriendo
una profunda e inquietante brecha entre
los estados del Oeste y del Este de la
UE, la aparición de graves e importantes movimientos xenófobos en numerosos de
sus países miembros y creando, en fin, el caldo de cultivo propicio para la
expansión de los partidos ultraderechistas.
Ante
esa crisis migratoria en este pasado año hemos visto cómo el sistema de asilo
político de la UE (desarrollado en la Convención de Dublín), que no establecía límites
en el número de asilados políticos que podían ser reconocidos y determinaba que
era el país de entrada el que debía registrarlos y asentarlos, saltaba por los
aires ante la avalancha de los cientos de miles que presionaban sobre sus
fronteras para conseguir ese estatuto: 779.000 solicitudes de asilo en los en los primeros 9 meses de 2015. Llegaban
desde Turquía a las islas griegas para, a través de los Balcanes, tratar de dirigirse
a los países de la UE que les ofrecían
las mejores condiciones de asilo como era el caso de Alemania.
Fue un éxodo de caracteres bíblicos que recordaba los
grandes y trágicos movimientos de población que padeció Europa tras las Segunda
Guerra Mundial. Además de los muertos en la travesía por mar hacia Grecia que ya se cuentan por miles, las
condiciones del viaje de esa legión de migrantes, compuesta en gran parte de
niños y mujeres, de frontera en frontera, de campo en campo, de muro en muro,
explotados por las mafias de traficantes de carne humana y escarnecidos por policías
y paisanos xenófobos como si de alimañas se tratara, golpearon cada día
nuestras conciencias poniendo en marcha iniciativas loables de la sociedad
civil que veía y leía cada día aquel horror en la televisión y en la prensa y
asistía atónita a la lentitud, pasividad y división de las autoridades de la UE
ante aquel dramático espectáculo.
El impacto
sobre la opinión pública del cadáver del niño Aylan en una playa griega produjo,
es cierto, una ola de solidaridad en toda Europa con los refugiados, pero pronto en algunos de los países del Oeste de
la UE, ciertos partidos políticos (y no todos necesariamente de ultraderecha) y
sectores importantes de las poblaciones amedrentadas por los “posibles” efectos
negativos de la crisis migratoria para su modo de vida, comenzaron a oponerse y
pedir a sus políticos que pusieran limites a ese éxodo ingente. Pero, fue,
sobre todo, en los países del Este (Hungría, República Checa, Eslovaquia y
Rumania), por razones de identidad nacional, pero también étnicas y religiosas,
donde esa actitud contraria al éxodo migratorio tomó verdadero cuerpo político,
oponiéndose sus Gobiernos a la política de “puertas abiertas” para los
refugiados que Ángela Merkel, con el apoyo de la Comisión Junckers y saltándose las
normas vigentes del derecho de asilo político de la UE, había tratado de poner
en práctica.
Pero la
política de Merkel nunca buscó una verdadera solución integral, a nivel de
conjunto de la UE, de la crisis de los refugiados, una solución que tratase de
conseguir el cambio del sistema de asilo político vigente, el establecimiento
de cuotas de refugiados permanentes y proporcionales a la población de cada
estado para que todos se sumaran a una recepción equitativa de los refugiados.
Ni se planteó la implementación de programas para su integración, ni de medidas
para la salvaguarda de sus derechos humanos.
Ante
esa doble oposición, esa política inmigratoria de corto vuelo de la líder
alemana (cuyo mayor éxito fue imponer a los estados miembros la aceptación del
asentamiento de 120.000 refugiados por el sistema de cuotas), dio marcha
atrás y se plegó, en cierta medida, a las pretensiones de los Gobiernos
del Este que sólo proponían y aceptaban medidas restrictivas como restablecer
las fronteras internas, reforzar las exteriores y “comprar” el asentamiento de
los refugiados en países próximos a la frontera europea para que hagan de tapón
y contengan el flujo de los migrantes asentándolos en campos de refugiados , sin conseguir
verdaderas garantías para que no se vulneren sus derechos. Ese es el sentido del
vergonzoso acuerdo con Turquía para el asentamiento de ese flujo de refugiados.
Un vergonzoso tapón que, además, no
logra siquiera cerrar del todo el grifo del flujo migratorio. Porque una
parte de esos migrantes se une a los que, procedentes del África subsahariana,
pretenden entrar en la Europa comunitaria a través de Libia.
Ante
esa situación, el Día Mundial del
Refugiado de este año debería de tratar no sólo hacer conscientes a los
ciudadanos europeos de esa trágica
situación, pedir que se sumen y apoyen a las asociaciones de la sociedad civil
que palían o buscan soluciones justas a la crisis de los refugiados, sino
también que denuncien por todos los medios a su alcance la falta de una
verdadera política integral de las instituciones europeas para la solución de
esa crisis desde los valores
fundacionales de la UE y las normas del
derecho internacional humanitario. ( Articulo publicado en las páginas de opinión de La Nueva España, de Oviedo)
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