LAS RAÍCES DEL HOLOCAUSTO
El
historiador asturiano, Enrique Moradiellos, ha hecho un paréntesis en sus
habituales investigaciones sobre la
guerra civil y acerca de la metodología
histórica para ofrecernos en este su último libro una excelente síntesis
informativa y divulgativa sobre el Holocausto y sus antecedentes. Su finalidad ha
sido explícitamente pedagógica. Moradiellos hace suya la afirmación del
historiador francés F. Furet de que sólo desde una información histórica veraz
y una rememoración no partidaria del
Holocausto, podrá evitarse su reproducción. Esto es: la tesis clásica que Primo Levi recogía en su expresiva admonición: “ Si el mundo
llegara a convencerse que Auschwitz nunca ha existido, seria mucho más fácil
edificar un segundo Auschwitz. Y no hay garantías de que esta vez sólo devorase
a los judíos”
Para
ello el autor ha procedido comenzando
par el final. Primero, analiza, a través de un soberbio despliegue
bibliográfico, la naturaleza y la singularidad del Holocausto y todas las fases
del proceso de la política antisemita llevada a cabo por el Tercer Reich que ,
a partir de la invasión de la Unión Soviética por la Wehrmacht en 1941,
condujeron a la política de eliminación definitiva del pueblo judío en los
campos de exterminio, la eufemísticamente denominada “solución final”. Para
después llevar a cabo un brillante recorrido de los antecedentes del “odio más antiguo”,
con una brillante disección de la historia de la judeofobía en la Antigüedad clásica y la Edades Media y
Moderna hasta el antisemitismo que se
difunde en el siglo XIX por Alemania y
gran parte de Europa. Y lo hace desde la constatación historiográfica del salto
cualitativo que el antisemitismo racista del XIX supuso frente la xenofobia antijudía anterior.
Mientras
ésta última se fundamentó en prejuicios religiosos y culturales que no presuponían, a pesar de la discriminación y
los progromos, la imposibilidad de la integración de la minoría judía a través
de la asimilación y la conversión, el antisemitismo del siglo XIX y XX, al
contrario, se basó en un cientificismo
biológico reduccionista de inspiración darwinista y en la
metafísica romántica de la Raza que cultivaron pensadores y artistas como
Gobineau, Wagner, Heine o Chamberlain
que les negaba cualquier posibilidad de
“redención”. En esos planteamientos
ideológicos se inspiró el nacionalismo cultural alemán de
la sangre y la tierra que consideraba al judío un pueblo irrecuperable que, por
naturales razones biológicas hereditarias, era cualitativamente
una raza inferior con sus capacidades
intelectuales y morales degradadas, pero que se oponía a la hegemonía de la
raza superior alemana. Ese racismo biológico reinventó y difundió a lo largo del siglo XIX un nuevo estereotipo fisonómico del judío, mezcla de los viejos mitos de la judeofobía clásica con
los del nuevo racismo: el del judío errante, de nariz ganchuda, mentón
prominente, mirada furtiva y olor desagradable.
A la vez que actualizó el viejo
mito medieval del contubernio judío con Satán convertido ahora en el complot judeomasónico, al que tantas
veces hizo alusión el dictador español.
Este
nuevo antisemitismo radical está en relación con los cambios ideológicos y
económico- sociales de la Modernidad. La ideología liberal supuso la
emancipación legal de los judíos y con
ella una profunda transformación de la judería internacional, una parte
importante de la cual pasó a residir en las ciudades y, al dedicarse a las nuevas
actividades capitalistas con la desaparición de las anteriores trabas legales, experimentó
un imparable ascenso social y su concentración en las ciudades hizo a sus
miembros mucho más visibles Lo que les
granjeó el odio y el resentimiento de aquellos grupos urbanos y rurales que se
habían visto perjudicados por el profundo cambio histórico que aportaba la implantación del nuevo sistema industrial.
Desde esos sectores sociales los judíos fueron ahora percibidos no ya como los negadores
de la divinidad de Jesucristo y los causantes de su crucifixión, sino como los
agentes y beneficiarios de un sistema económico que dificultaba su modo de vida
tradicional y era perjudicial para sus intereses económicos. Y esa extendida percepción creó el caldo de
cultivo idóneo para la extensión entre amplias capas de ese antisemitismo moderno que culminó en el
genocidio planificado de los nazis.
Ésa es
la secuencia histórica que explica el Holocausto. Su motivación, como demuestra
Moradiellos apoyándose en una solvente y abundante bibliografía, fue, pues, esencialmente ideológica y no el resultado de
razones estratégicas militares o políticas. Como tampoco, un plan diabólico
llevado a cabo por una minoría de nazis fanáticos y locos a espaldas del pueblo
alemán, sino con la complacencia de amplios sectores de la población alemana y
europea infectados por aquel antisemitismo racista precedente que contaminó incluso hasta las Iglesias. Antisemitismo que
alcanzó su expresión genocida en el
propicio contexto de la “guerra total”
que desató la invasión de la Unión Soviética por los nazis. Sin duda, en los
tiempos que vivimos libros como éste
deberían ser de lectura obligatoria para los estudiantes de los últimos
cursos de secundaria, pero también de meditada reflexión para toda clase de
lectores.
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