sábado, 7 de junio de 2014

PRIMAVERA REPUBLICANA

                                  
                                          PRIMAVERA  REPUBLICANA

                                                            JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

Es cosa sabida. Pero conviene recordarlo de vez en cuando. Y más en este año y este mes que conmemoramos no sólo el setenta aniversario del  final de la guerra civil, sino también el septuagésimo del fin de la Segunda República, porque ni la guerra civil fue una consecuencia necesaria de la República ni, en puridad, la  República terminó con el inicio del conflicto civil. Todos sabemos, decía, que el republicanismo, con más de cien años de historia en nuestro país, fue en España  algo más que una corriente política, una cultura política, identificada con la defensa y la implantación de la democracia  frente a la Monarquía que hasta la Transición o bien fue la expresión del absolutismo o bien  encarnó la realidad histórica del liberalismo oligárquico.
Por eso, como trata de explicar el reciente y ambiguo libro de  Ángel Duarte, El otoño de un ideal (Alianza  Editorial, 2009) escrito desde la exclusiva y excluyente  perspectiva del republicanismo liberal, sólo se puede considerar como una paradoja aparente el que mientras el republicanismo histórico  sobrevivió con gran esfuerzo y enormes dificultades  a las difíciles circunstancias del exilio y fracasó en su objetivo final de restaurar la República tras el fin de la dictadura , en estos últimos años de nuevo esa ideología haya  reverdecido  como si una nueva primavera republicana  rebrotase otra vez.
 No sólo las condiciones internas para la supervivencia en el exilio del republicanismo histórico fueron extremadamente duras y negativas, incluidas las profundas divisiones que existieron entre sus diferentes componentes, acentuadas incluso con el anticomunismo que la Guerra Fría propició en los medios del sector liberal del republicanismo exiliado,  sino que, además, la coyuntura internacional impuesta por el enfrentamiento de los dos bloques fue definitiva en el  fracaso de las aspiraciones  políticas  de la comunidad republicana en el exilio.
A pesar de sus grandes esfuerzos  para adaptar sus contenidos a los nuevos tiempos y adecuar a ellos una nueva estrategia que siempre tuvo, sin conseguirlo nunca del todo, como uno de sus  objetivos  principales la unión de todas sus corrientes y tendencias, el republicanismo histórico en el exilio no logró conectar ni influir decisivamente en la oposición interior al franquismo. .
Las aspiraciones del republicanismo histórico de restaurar en España el régimen democrático republicano, recibieron su herida de muerte con la incorporación del régimen franquista a las instituciones supranacionales como expresión de la consideración de España por el bloque occidental  como bastión para impedir la expansión del comunismo en el flanco sur de Europa. El espaldarazo simbólico definitivo de ese apoyo a la dictadura franquista parte del amigo americano fue  la venida a nuestro país en 1959 del presidente  Eisenhower.  
 Si a esa trayectoria sumamos la destrucción sistemática que el franquismo llevó a cabo de la memoria republicana y el olvido meditado que supuso para la misma la transición pactada que nos condujo a la democracia coronada en que vivimos, y que supuso incluso la renuncia de la izquierda a la defensa de la forma de gobierno republicano, tenemos la explicación del papel político escasamente relevante que el republicanismo histórico ha  tenido en nuestra etapa democrática. Sin embargo,  la ideología republicana ha renacido  en estos últimos años con una gran fuerza como el ave Fénix de sus cenizas. Las razones  de ese  renacimiento son, desde luego, complejas.
Sin duda,  ha tenido que ver con ello, como apunta Duarte en El otoño de un ideal, la clausura que supuso 1989 para la opción emancipadora comunista y la necesidad de la izquierda de buscar alternativas en otros horizontes ideológicos como eran los de la teoría política republicana que la   filosofía política actual no había dejado nunca de estudiar y remozar. Pero, aun con toda la importancia que hay que dar a ese nuevo escenario político e ideológico internacional, me parece que es necesario ir más allá de esta explicación monocausal
 Ese republicanismo renacido  tiene también mucho que ver con la situación que presenta nuestro sistema democrático y está impregnando de nuevo, aunque con distintos grados y matices, la visión política  de amplios sectores de la izquierda española. Izquierda  que,  o  ha vuelto sobre sus pasos y  abre sus horizontes hacia una III República, o, como es el caso de la izquierda que sustenta el partido que nos gobierna, pone el acento en una república coronada. Y en el origen  de este nuevo republicanismo también han influido, sin duda, la acción y el testimonio de las fuerzas políticas  republicanas de izquierda y las diversas organizaciones republicanas que han subsistido en la etapa democrática, con su labor de difusión de la memoria de la II República y su defensa de los valores republicanos. Aspectos que si  se mencionan en El otoño de un ideal, no se relacionan, sin embargo, con el despertar del nuevo espíritu republicano en este confuso y difuso libro que estamos comentando.    
  Este nuevo espíritu republicano  hay que ponerlo, pues, también en relación con la baja calidad de la democracia que ha traído la Transición con su clara deriva hacia la partitocracia. Esa deficiente realidad política que vivimos  ha convertido los valores cívicos republicanos  y la mayor intensidad en la participación ciudadana que defiende el republicanismo no sólo en un horizonte deseable, sino necesario para una verdadera regeneración democrática. Del mismo modo que la colusión de las posiciones del sector neocon de nuestra derecha con las actitudes fundamentalistas de la jerarquía eclesiástica española, revaloriza y sigue haciendo necesario aún más hacer realidad los valores del laicismo republicano. En fin, un republicanismo que entendido así no parece ser ni fruto de la nostalgia ni vano y fútil empeño político, como le achacan sus detractores.   
  
Es cosa sabida. Pero conviene recordarlo de vez en cuando. Y más en este año y este mes que conmemoramos no sólo el setenta aniversario del  final de la guerra civil, sino también el septuagésimo del fin de la Segunda República, porque ni la guerra civil fue una consecuencia necesaria de la República ni, en puridad, la  República terminó con el inicio del conflicto civil. Todos sabemos, decía, que el republicanismo, con más de cien años de historia en nuestro país, fue en España  algo más que una corriente política, una cultura política, identificada con la defensa y la implantación de la democracia  frente a la Monarquía que hasta la Transición o bien fue la expresión del absolutismo o bien  encarnó la realidad histórica del liberalismo oligárquico.
Por eso, como trata de explicar el reciente y ambiguo libro de  Ángel Duarte, El otoño de un ideal (Alianza  Editorial, 2009) escrito desde la exclusiva y excluyente  perspectiva del republicanismo liberal, sólo se puede considerar como una paradoja aparente el que mientras el republicanismo histórico  sobrevivió con gran esfuerzo y enormes dificultades  a las difíciles circunstancias del exilio y fracasó en su objetivo final de restaurar la República tras el fin de la dictadura , en estos últimos años de nuevo esa ideología haya  reverdecido  como si una nueva primavera republicana  rebrotase otra vez.
 No sólo las condiciones internas para la supervivencia en el exilio del republicanismo histórico fueron extremadamente duras y negativas, incluidas las profundas divisiones que existieron entre sus diferentes componentes, acentuadas incluso con el anticomunismo que la Guerra Fría propició en los medios del sector liberal del republicanismo exiliado,  sino que, además, la coyuntura internacional impuesta por el enfrentamiento de los dos bloques fue definitiva en el  fracaso de las aspiraciones  políticas  de la comunidad republicana en el exilio.
A pesar de sus grandes esfuerzos  para adaptar sus contenidos a los nuevos tiempos y adecuar a ellos una nueva estrategia que siempre tuvo, sin conseguirlo nunca del todo, como uno de sus  objetivos  principales la unión de todas sus corrientes y tendencias, el republicanismo histórico en el exilio no logró conectar ni influir decisivamente en la oposición interior al franquismo. .
Las aspiraciones del republicanismo histórico de restaurar en España el régimen democrático republicano, recibieron su herida de muerte con la incorporación del régimen franquista a las instituciones supranacionales como expresión de la consideración de España por el bloque occidental  como bastión para impedir la expansión del comunismo en el flanco sur de Europa. El espaldarazo simbólico definitivo de ese apoyo a la dictadura franquista parte del amigo americano fue  la venida a nuestro país en 1959 del presidente  Eisenhower.  
 Si a esa trayectoria sumamos la destrucción sistemática que el franquismo llevó a cabo de la memoria republicana y el olvido meditado que supuso para la misma la transición pactada que nos condujo a la democracia coronada en que vivimos, y que supuso incluso la renuncia de la izquierda a la defensa de la forma de gobierno republicano, tenemos la explicación del papel político escasamente relevante que el republicanismo histórico ha  tenido en nuestra etapa democrática. Sin embargo,  la ideología republicana ha renacido  en estos últimos años con una gran fuerza como el ave Fénix de sus cenizas. Las razones  de ese  renacimiento son, desde luego, complejas.
Sin duda,  ha tenido que ver con ello, como apunta Duarte en El otoño de un ideal, la clausura que supuso 1989 para la opción emancipadora comunista y la necesidad de la izquierda de buscar alternativas en otros horizontes ideológicos como eran los de la teoría política republicana que la   filosofía política actual no había dejado nunca de estudiar y remozar. Pero, aun con toda la importancia que hay que dar a ese nuevo escenario político e ideológico internacional, me parece que es necesario ir más allá de esta explicación monocausal
 Ese republicanismo renacido  tiene también mucho que ver con la situación que presenta nuestro sistema democrático y está impregnando de nuevo, aunque con distintos grados y matices, la visión política  de amplios sectores de la izquierda española. Izquierda  que,  o  ha vuelto sobre sus pasos y  abre sus horizontes hacia una III República, o, como es el caso de la izquierda que sustenta el partido que nos gobierna, pone el acento en una república coronada. Y en el origen  de este nuevo republicanismo también han influido, sin duda, la acción y el testimonio de las fuerzas políticas  republicanas de izquierda y las diversas organizaciones republicanas que han subsistido en la etapa democrática, con su labor de difusión de la memoria de la II República y su defensa de los valores republicanos. Aspectos que si  se mencionan en El otoño de un ideal, no se relacionan, sin embargo, con el despertar del nuevo espíritu republicano en este confuso y difuso libro que estamos comentando.    
  Este nuevo espíritu republicano  hay que ponerlo, pues, también en relación con la baja calidad de la democracia que ha traído la Transición con su clara deriva hacia la partitocracia. Esa deficiente realidad política que vivimos  ha convertido los valores cívicos republicanos  y la mayor intensidad en la participación ciudadana que defiende el republicanismo no sólo en un horizonte deseable, sino necesario para una verdadera regeneración democrática. Del mismo modo que la colusión de las posiciones del sector neocon de nuestra derecha con las actitudes fundamentalistas de la jerarquía eclesiástica española, revaloriza y sigue haciendo necesario aún más hacer realidad los valores del laicismo republicano. En fin, un republicanismo que entendido así no parece ser ni fruto de la nostalgia ni vano y fútil empeño político, como le achacan sus detractores.   

   ( Publicado en el suplemento Cultura de La Nueva España (Asturias)

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