martes, 8 de marzo de 2016

AUTOBIOGRAFIA DEL SIGLO XX


                                AUTOBIOGRAFÍA DEL SIGLO XX

                                                                 Julio Antonio Vaquero Iglesias

          
Eric Hobsbawm


   Enfrentado a  la autobiografía de un historiador, cualquier lector avezado tiene tendencia a abordarla con ciertos prejuicios. La deformación profesional del autor puede convertirla en un libro de historia pura y dura Y  si el autobiografiado no llega a caer en esa primera y fácil tentación, puede terminar  finalmente sucumbiendo a otra. La de escribir - no digo ya  a justificar, como es bastante frecuente en este género-, una autobiografía aburrida y de escaso interés público, porque insista exclusivamente en la  rememoración de una vida profesional dedicada a contar la de otros.

Es claro que no es éste el caso de la de Eric Hobsbawn, Años interesentes. Una vida en el siglo XX ( Crítica, 2003). Porque, aunque el historiador británico hubiese caído en una u otra de esas tentaciones, la autobiografía de este “historiador marxista británico”, etiqueta que le ha acompañado toda su vida, como a Viriato la de “pastor lusitano”, seguiría siendo incluso de gran interés, bien por la calidad y la importancia de su quehacer historiográfico y la obra resultante que le han convertido en uno de los principales historiadores del siglo XX , bien por su personal y nada habitual experiencia vital.

 Experiencia derivada de  su infancia de niño judío de clase media en la Viena de los años 20 y de su adolescencia en los 30 en el Berlín del ascenso al poder de Hitler. Pero, experiencia alimentada también de las vivencias  de su juventud como estudiante en el Londres de la II Guerra Mundial y en el ambiente estudiantil del Cambridge rojo. Y de las vividas en su vida adulta como profesor universitario estable en la universidad inglesa y norteamericana e y profesor peripatético por medio mundo. Experiencias, a su vez, como intelectual comunista comprometido que rompió materialmente, pero no formalmente con el Partido en 1956 y como historiador marxista que siguió una trayectoria teórica heterodoxa. Actividades intelectuales y profesionales que, además de llevarle a recorrer y a vivir en innumerables países y convertirlo en observador privilegiado y altamente cualificado de la historia del siglo pasado, Hobsbawn desarrolló  en medio de la  tensa confrontación de los dos bloques que dominó el mundo surgido tras la segunda conflagración mundial.

Pero la peculiaridad y el gran valor de esta autobiografía de  Hobsbwan es que no adopta en ella ninguna de  esas dos  orientaciones excluyentes. Ni relata su vida privada como una mera ilustración de los acontecimientos históricos del siglo XX, ni se dedica exclusivamente a relatar su vida personal y profesional. Como buen marxista, nos traza un cuadro complejo en el que esos dos aspectos se funden dialécticamente y van dando sentido a su vida en relación con el propio acontecer histórico en que ésta se ha ido desplegando. El resultado es, sin duda, una visión hábilmente urdida con dosis bien proporcionadas de ambos aspectos que nos acercan tanto al Hobsbwan hombre como nos alumbran importantes aspectos del camino recorrido por la  historia de ese “corto” pero sangriento- como él, adecuadamente, lo ha caracterizado- siglo XX.

 Estamos, pues, ante una visión autobiográfica no sólo original y de gran interés historiográfico sino, como es característico de toda la obra histórica del autor, ante un texto literariamente bien escrito, riguroso y meticuloso, de elevado nivel cultural e intelectual, que nos ofrece, a la vez, toques de  fina e inteligente ironía  y dosis de buen humor inglés. En suma, un bocado delicioso que puede satisfacer, sin duda,  el paladar del lector más exigente.

 Hobsbawm ha sido, sin duda, subjetiva y objetivamente, uno de los más destacados historiadores del siglo XX. “Subjetivamente”, en el sentido de ser uno de los principales maestros de aquella formidable escuela de historiadores marxistas británicos que constituyeron el denominado Grupo de Historiadores del Partido Comunista británico que- como nos contó Harvey J. Kaye en su inolvidable obra sobre sus componentes- alentaron, tras la huella de Gramsci, una historiografía marxista no ortodoxa  abierta a la determinación de la lucha de clases en la  acción humana más que a aquella otra concepción de la historia entendida como proceso sin sujeto del marxismo estructuralista  althusseriano. La importancia y resonancia mundial que tuvieron los  novedosos análisis de la historia de movimiento obrero de Hobsbawn o sus brillantes síntesis sobre la historia mundial, desde  Rebeldes primitivos  hasta su última Historia del siglo XX, le han hecho acreedor, con toda justicia, al reconocimiento como uno de los de los grandes maestros de la historiografía de la recién finalizada centuria.

Pero también  en sentido “objetivo”, Hobsbawn ha sido – es-  uno los grandes historiadores del siglo XX, vivo todavía en el XXI, aunque, paradójicamente, el “objeto” de su obra historiográfica haya versado esencialmente sobre la historia social del siglo XIX. Como escritor político realizó importantes y agudos análisis sobre la realidad política y social del siglo XX, pero, como el mismo reconoce en este libro, su compromiso partidario le llevó a renunciar a tratar  ese siglo como historiador hasta que, finalizado éste, coronó sus grandes síntesis sobre la historia del siglo XIX- sus conocidas Eras- con la ya mencionada  y brillante Historia del siglo XX que ha sido un éxito editorial mundial y es considerada y reconocida por tirios y troyanos como una de las mejores síntesis interpretativas de la historia del pasado siglo. En realidad, esta autobiografía, dadas su características, no es sino la otra cara de la historia del siglo XX que el historiador británico nos explicó en ese libro, esto es, una verdadera autobiografía en este caso del autor y  del siglo XX.

Sin embargo, en los capítulos que Hobsbawn dedica a reconstruir su carrera profesional y su obra de historiador considera que  su principal aportación al desarrollo de la historiografía del siglo pasado fue  la de  haber contribuido  a su modernización científica  frente a la vieja historia tradicional positivista, y deja más bien en segundo plano la que otros hemos entendido siempre como su principal contribución histórica: su labor, en el marco del Grupo de  Historiadores del Partido Comunista británico, en pro de la revitalización de la teoría historiográfica marxista para superar el anquilosamiento de los planteamientos dogmáticos de la teoría ortodoxa ( lo que le costó el que su obras no fuesen publicados en el mundo soviético) y poner límites al funcionalismo del marxismo estructuralista ( lo que no le impidió su estrecha vinculación profesional con  la historia estructural francesa inspirada por Braudel).

 La deriva posterior de la historiografía marxista por otros caminos nunca fue de su agrado y, desde luego, la historia posmoderna ligada al pensamiento blando es para él incomprensible e inaceptable. Pero a la vez manifiesta una clara conciencia de la importancia que, en estos tiempos de profundas transformaciones y cambios, vuelve a tener la función social de la historia y el papel relevante que les corresponde a los historiadores en el cambiante mundo de hoy. Importancia vinculada a la necesaria difusión de un conocimiento histórico sólido y racional que contrarreste el falsificado, superficial e interesado que ha aportado la época y la cultura posmodernas. 

La última parte del libro está dedicada a analizar  su experiencia vital en relación con los países o regiones en que vivió regularmente. No sólo nos cuenta las vinculaciones personales y profesionales que tuvo con ellos, sino que nos proporciona unas brillantes, agudas y ponderadas observaciones, visiones e interpretaciones de su realidad política- social y de su evolución cultural. Además de relatarnos un cúmulo de observaciones ingeniosas y anécdotas agudas y humorísticas sacadas de la experiencia de sus viajes y estancias en ellos. España e Italia, cuyos idiomas habla fluidamente, fueron fundamentales, según el mismo reconoce, para sus estudios sobre los movimientos sociales preindustriales y en sus viajes y estancias en estos dos países está el germen de su primer e importante libro Rebeldes primitivos.      

Los prejuicios de los que hablaba al comienzo de estas líneas no sólo se han desvanecido al pasar la última página de este libro, sino que, en mi humilde juicio, estamos ante una verdadera joya del género. Lo es, a mi entender, en cuanto al contenido,  entre tanta bisutería de oropel, decorativa y sin aristas de las  autobiografías talladas a la medida. Pero también respecto al estilo, entre tanta quincalla plúmbea que produce  esta clase de literatura, escrita , en la mayoría de los casos, por autores que no son escritores y cuyos libros, frecuentemente, constituyen la primera, única y última( por suerte) “obra literaria” que  escribirán en su vida.

Esperemos y deseamos, en cambio,  que éste no sea  todavía el último libro de este “joven”  de 86 años,  judío confeso, pero no sionista ni practicante, sino simplemente miembro del género humano y confeso racionalista ; historiador marxista, pero no ortodoxo ni complaciente, sino más bien heterodoxo y crítico; intelectual comprometido y partidario, pero no vocero  ni partidista , sino “librepensandor” original y riguroso intelectual “orgánico” (en el sentido positivo gramsciano). Además de apasionado amante del jazz y de la vida y personaje profundamente divertido e interesante. Éste  ha sido y sigue siendo Eric J. Hobsbawn, “historiador marxista británico”.
(PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA NUEVA ESPAÑA DE OVIEDO)

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