AUTOBIOGRAFÍA DEL SIGLO XX
Julio Antonio Vaquero Iglesias
Enfrentado a
la autobiografía de un historiador, cualquier lector avezado tiene
tendencia a abordarla con ciertos prejuicios. La deformación profesional del
autor puede convertirla en un libro de historia pura y dura Y si el autobiografiado no llega a caer en esa
primera y fácil tentación, puede terminar
finalmente sucumbiendo a otra. La de escribir - no digo ya a justificar, como es bastante frecuente en
este género-, una autobiografía aburrida y de escaso interés público, porque
insista exclusivamente en la rememoración
de una vida profesional dedicada a contar la de otros.
Es claro que
no es éste el caso de la de Eric Hobsbawn, Años interesentes. Una vida en
el siglo XX ( Crítica, 2003). Porque, aunque el historiador británico
hubiese caído en una u otra de esas tentaciones, la autobiografía de este
“historiador marxista británico”, etiqueta que le ha acompañado toda su vida,
como a Viriato la de “pastor lusitano”, seguiría siendo incluso de gran
interés, bien por la calidad y la importancia de su quehacer historiográfico y
la obra resultante que le han convertido en uno de los principales historiadores
del siglo XX , bien por su personal y nada habitual experiencia vital.
Experiencia derivada de su infancia de niño judío de clase media en
la Viena de los años 20 y de su adolescencia en los 30 en el Berlín del ascenso
al poder de Hitler. Pero, experiencia alimentada también de las vivencias de su juventud como estudiante en el Londres
de la II Guerra Mundial y en el ambiente estudiantil del Cambridge rojo. Y de
las vividas en su vida adulta como profesor universitario estable en la
universidad inglesa y norteamericana e y profesor peripatético por medio mundo.
Experiencias, a su vez, como intelectual comunista comprometido que rompió
materialmente, pero no formalmente con el Partido en 1956 y como historiador
marxista que siguió una trayectoria teórica heterodoxa. Actividades
intelectuales y profesionales que, además de llevarle a recorrer y a vivir en
innumerables países y convertirlo en observador privilegiado y altamente
cualificado de la historia del siglo pasado, Hobsbawn desarrolló en medio de la tensa confrontación de los dos bloques que
dominó el mundo surgido tras la segunda conflagración mundial.
Pero la
peculiaridad y el gran valor de esta autobiografía de Hobsbwan es que no adopta en ella ninguna
de esas dos orientaciones excluyentes. Ni relata su vida
privada como una mera ilustración de los acontecimientos históricos del siglo
XX, ni se dedica exclusivamente a relatar su vida personal y profesional. Como
buen marxista, nos traza un cuadro complejo en el que esos dos aspectos se funden
dialécticamente y van dando sentido a su vida en relación con el propio
acontecer histórico en que ésta se ha ido desplegando. El resultado es, sin
duda, una visión hábilmente urdida con dosis bien proporcionadas de ambos
aspectos que nos acercan tanto al Hobsbwan hombre como nos alumbran importantes
aspectos del camino recorrido por la
historia de ese “corto” pero sangriento- como él, adecuadamente, lo ha
caracterizado- siglo XX.
Estamos, pues, ante una visión autobiográfica
no sólo original y de gran interés historiográfico sino, como es característico
de toda la obra histórica del autor, ante un texto literariamente bien escrito,
riguroso y meticuloso, de elevado nivel cultural e intelectual, que nos ofrece,
a la vez, toques de fina e inteligente
ironía y dosis de buen humor inglés. En
suma, un bocado delicioso que puede satisfacer, sin duda, el paladar del lector más exigente.
Hobsbawm ha sido, sin duda, subjetiva y
objetivamente, uno de los más destacados historiadores del siglo XX. “Subjetivamente”,
en el sentido de ser uno de los principales maestros de aquella formidable
escuela de historiadores marxistas británicos que constituyeron el denominado
Grupo de Historiadores del Partido Comunista británico que- como nos contó
Harvey J. Kaye en su inolvidable obra sobre sus componentes- alentaron, tras la
huella de Gramsci, una historiografía marxista no ortodoxa abierta a la determinación de la lucha de
clases en la acción humana más que a
aquella otra concepción de la historia entendida como proceso sin sujeto del
marxismo estructuralista althusseriano.
La importancia y resonancia mundial que tuvieron los novedosos análisis de la historia de
movimiento obrero de Hobsbawn o sus brillantes síntesis sobre la historia
mundial, desde Rebeldes primitivos hasta su última Historia del
siglo XX, le han hecho acreedor, con toda justicia, al
reconocimiento como uno de los de los grandes maestros de la historiografía de
la recién finalizada centuria.
Pero
también en sentido “objetivo”, Hobsbawn
ha sido – es- uno los grandes
historiadores del siglo XX, vivo todavía en el XXI, aunque, paradójicamente, el
“objeto” de su obra historiográfica haya versado esencialmente sobre la
historia social del siglo XIX. Como escritor político realizó importantes y agudos
análisis sobre la realidad política y social del siglo XX, pero, como el mismo
reconoce en este libro, su compromiso partidario le llevó a renunciar a
tratar ese siglo como historiador hasta
que, finalizado éste, coronó sus grandes síntesis sobre la historia del siglo
XIX- sus conocidas Eras- con la ya mencionada y brillante Historia del siglo XX que
ha sido un éxito editorial mundial y es considerada y reconocida por tirios y
troyanos como una de las mejores síntesis interpretativas de la historia del
pasado siglo. En realidad, esta autobiografía, dadas su características, no es
sino la otra cara de la historia del siglo XX que el historiador británico nos
explicó en ese libro, esto es, una verdadera autobiografía en este caso del
autor y del siglo XX.
Sin embargo,
en los capítulos que Hobsbawn dedica a reconstruir su carrera profesional y su
obra de historiador considera que su
principal aportación al desarrollo de la historiografía del siglo pasado fue la de
haber contribuido a su
modernización científica frente a la
vieja historia tradicional positivista, y deja más bien en segundo plano la que
otros hemos entendido siempre como su principal contribución histórica: su
labor, en el marco del Grupo de
Historiadores del Partido Comunista británico, en pro de la
revitalización de la teoría historiográfica marxista para superar el
anquilosamiento de los planteamientos dogmáticos de la teoría ortodoxa ( lo que
le costó el que su obras no fuesen publicados en el mundo soviético) y poner
límites al funcionalismo del marxismo estructuralista ( lo que no le impidió su
estrecha vinculación profesional con la
historia estructural francesa inspirada por Braudel).
La deriva posterior de la historiografía
marxista por otros caminos nunca fue de su agrado y, desde luego, la historia
posmoderna ligada al pensamiento blando es para él incomprensible e
inaceptable. Pero a la vez manifiesta una clara conciencia de la importancia
que, en estos tiempos de profundas transformaciones y cambios, vuelve a tener
la función social de la historia y el papel relevante que les corresponde a los
historiadores en el cambiante mundo de hoy. Importancia vinculada a la
necesaria difusión de un conocimiento histórico sólido y racional que
contrarreste el falsificado, superficial e interesado que ha aportado la época
y la cultura posmodernas.
La última
parte del libro está dedicada a analizar
su experiencia vital en relación con los países o regiones en que vivió
regularmente. No sólo nos cuenta las vinculaciones personales y profesionales
que tuvo con ellos, sino que nos proporciona unas brillantes, agudas y
ponderadas observaciones, visiones e interpretaciones de su realidad política-
social y de su evolución cultural. Además de relatarnos un cúmulo de
observaciones ingeniosas y anécdotas agudas y humorísticas sacadas de la
experiencia de sus viajes y estancias en ellos. España e Italia, cuyos idiomas
habla fluidamente, fueron fundamentales, según el mismo reconoce, para sus
estudios sobre los movimientos sociales preindustriales y en sus viajes y
estancias en estos dos países está el germen de su primer e importante libro Rebeldes
primitivos.
Los prejuicios
de los que hablaba al comienzo de estas líneas no sólo se han desvanecido al
pasar la última página de este libro, sino que, en mi humilde juicio, estamos
ante una verdadera joya del género. Lo es, a mi entender, en cuanto al
contenido, entre tanta bisutería de
oropel, decorativa y sin aristas de las
autobiografías talladas a la medida. Pero también respecto al estilo,
entre tanta quincalla plúmbea que produce
esta clase de literatura, escrita , en la mayoría de los casos, por
autores que no son escritores y cuyos libros, frecuentemente, constituyen la
primera, única y última( por suerte) “obra literaria” que escribirán en su vida.
Esperemos y
deseamos, en cambio, que éste no
sea todavía el último libro de este
“joven” de 86 años, judío confeso, pero no sionista ni
practicante, sino simplemente miembro del género humano y confeso racionalista
; historiador marxista, pero no ortodoxo ni complaciente, sino más bien
heterodoxo y crítico; intelectual comprometido y partidario, pero no
vocero ni partidista , sino
“librepensandor” original y riguroso intelectual “orgánico” (en el sentido
positivo gramsciano). Además de apasionado amante del jazz y de la vida y
personaje profundamente divertido e interesante. Éste ha sido y sigue siendo Eric J. Hobsbawn,
“historiador marxista británico”.
(PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA NUEVA ESPAÑA DE OVIEDO)
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