Como es sabido, hoy ya son
mayoría las mujeres que ejercen la Carrera judicial (el 52 % en 2015)). Sin
embargo, hasta ahora existía cierto vacío
bibliográfico sobre cómo se ha desarrollado ese proceso de feminización
de la Justicia, cuáles fueron sus antecedentes históricos a partir de la II
República y cuáles son los perfiles sociológicos
de esas juezas, fiscales y magistradas que ejercen su delicada
y absorbente labor profesional en
un Poder como el Judicial que es vital
para el funcionamiento de la sociedad y el Estado. ¿Existe en esta profesión un
“techo de cristal” para las mujeres que la ejercen?. Todas esas preguntas y otras
muchas tienen respuesta documentada y
solvente en esta monografía Elites
judiciales y género La incorporación de
la mujer al Poder judicial, de la que es autora la letrada Beatriz Gonzáles
Álvarez y está editada por la Asociación Feminista de Asturias (AFA) en su
colección Cuadernos Feministas, en la que en los diez números anteriores han
aparecido ya importantes e interesantes estudios sobre cuestiones de género y
feminismo.
No fue sino tras el estallido de
la Guerra civil, en febrero de 1937, cuando la II República aprobó un decreto que reconocía
la igualdad absoluta de Derechos entre el hombre y la mujer y con ello permitía el acceso
de la mujer a la carrera judicial.
El régimen franquista, por su parte, impuso
y difundió los valores de la sociedad
patriarcal, en la que el papel de la mujer era reducido al de madre y esposa.
Así la Ley de 22 de julio de 1961 sobre
los derechos políticos, profesionales y de trabajo de la mujer que reconocía el
derecho de la mujer al acceso en la Administración pública, sin embargo,
señalaba como excepción, entre otras, el
de la mujer a los empleos de
Magistrados, Jueces y Fiscales, salvo en las jurisdicciones de Menores y Laboral. En 1966, con cierta oposición en las
Cortes franquistas y una justificación
de índole machista, se aprobó una ley derogatoria de esa prohibición anterior.
Pero, de hecho, esa Ley
derogatoria, que suponía en el papel la definitiva equiparación de la mujer al
varón en el acceso a la carrera judicial no
tuvo aplicación efectiva hasta la
implantación de la democracia y hasta 1977 no se nombra la primera jueza de España,
doña Josefina Triguero Agudo. Es a partir de ese momento cuando comienza la
incorporación imparable de la mujer al Poder Judicial, primero lentamente y a
partir de 1983 y, sobre todo, tras la aprobación de la Ley Orgánica del Poder
Judicial de 1985, con mayor intensidad hasta ocupar hoy las mujeres la mayoría
de las plazas de la carrera judicial, aunque, como consecuencia de esa
evolución, todavía son en la actualidad mayoría los hombres en los niveles superiores
de aquél, con las implicaciones que ello tiene para el control masculino de la
Administración de Justicia.
El análisis del perfil sociológico de esas juezas y
magistradas lo limita la autora al grupo
de las que denomina como “pioneras”, esto es,
las que accedieron a la carrera judicial entre 1977 y 1985. Y lo hace a
través de los datos obtenidos de una encuesta oral a cinco notorias
representantes del grupo: Milagros Calvo Ibarlucea, Celsa Pico Lorenzo,
Margarita Robles Fernández, Manuela Carmena Castrillo y Josefina Triguero Agudo.
La mayoría de ellas procede de familias
de clase media de corte tradicional católico, con valores ideológicos cercanos a la ideología liberal
progresista, cuya elección profesional ha estado motivada por la importancia de la función social que implica, pero también por
la seguridad material y la posibilidad de la conciliación de la vida laboral con la familiar que permite su ejercicio.
No tienen las encuestadas conciencias
de que en su profesión haya “techo de cristal”. Sin embargo, la autora por
otros datos mantiene que sí existe, como
lo prueba la escasez de mujeres en
algunos órganos jurisdiccionales cuyos nombramientos se realizan por
designación. Como ocurre en la
importante Sala de lo Penal del Tribunal
Supremo donde se juzgan los delitos de abusos y agresiones sexuales y los casos
de la corrupción política, en cuya composición hasta 2014 no hubo ninguna mujer.
Como dice Manuela Carmena, hoy
alcaldesa de Madrid, en el breve epílogo
que cierra el libro – el prólogo está escrito por la magistrada María Piedad
Liébana-, es cierto que su contenido sabe a poco, porque su lectura sugiere
otras muchas e interesantes preguntas.
Por eso, por las que responde y por las que sugiere (y más allá de algunas
dudas que suscita), estamos ante un
estudio verdaderamente aprovechable.
( PUBLICADO EN
EL SUPLEMENTO CULTURAL DE “LA NUEVA ESPAÑA")
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