Julio
Antonio Vaquero Iglesias
Lo dijo
Bertolt Brecht en medio de aquel huracán fascista que desataron Hitler y
Mussolini contra judíos, izquierdistas, homosexuales, gitanos: “Cuando los nazis vinieron a por los
comunistas/guardé silencio porque yo no era comunista/ Cuando encarcelaron a
los socialdemócratas, guardé silencio/ porque yo no era socialdemócrata/ Cuando
vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté/porque yo no era
sindicalista/ Cuando vinieron a llevarse a los judíos/no protesté porque yo no
era judío/Cuando vinieron a buscarme, no había nadie que pudiera protestar por
mí. Y creíamos que tras aquel horror
solo íbamos a volver a recordar esos versos como testimonio de un atroz pasado,
pero las políticas migratorias de los gobiernos populistas de Trump en Estados
Unidos y de Conte y Salvini en Italia
las vuelven a hacer vigentes de nuevo y todo bien nacido debe de tenerlas en
cuenta para rechazarlas no porque, como dice Brecht, puedan afectarles a ellos-
que también-, sino porque les va en ello el poder mirarse a sí mismos como
humanos y no como alimañas que sólo y únicamente piensan y defienden sus
intereses económicos e identitarios.
Si el “buenísmo” consiste en esta actitud, como mantienen
con cierta reticencia algunos sectores de las derechas europeas y los partidos populistas
en el resto del continente: defender no
sólo por razones humanitarias, que también, sino como defensa de los valores
que la civilización occidental se ha dado a sí misma y que tienen como base la
idea esencial de que todos los hombres son iguales y tienen derecho a una vida
y una supervivencia dignas, está claro
que somos muchos los que nos apuntamos al “buenismo”.Máxime cuando la situación
de pobreza, exclusión e indefensión ante las situaciones bélicas de sus países
es en parte consecuencia de la explotación y abusos a que les ha sometido el
propio capitalismo globalizado cuyos intereses y beneficios están en Occidente.
En Italia, el vicepresidente i y ministro del
Interior Salvino de ese gobierno populista que tiene el poder en el país vecino
en nombre del Movimiento 4 estrellas y la Liga, pretende hacer un censo de
gitanos, como los nazis lo hicieron de los judíos, para distinguir los de
nacimiento en el país y los procedentes de fuera con el objeto de expulsar a
éstos y tener controlados a los primeros (a estos últimos “habrá que
sufrirlos”, ha llegado a decir”) mientras con un discurso xenófobo y compatible
con el que mantenían las SS de Hitler niega toda posibilidad de recibir en
suelo italiano a cualquier clase de migrantes, sea cual sea la condición de
necesidad y auxilio en que se encuentren. Es preciso matizar ante tal ignominiosa
actitud que es necesario distinguir entre la que mantiene el gobierno populista
italiano y la del rechazo de tales políticas racistas y xenófobas por parte de un importante sector de la opinión pública
italiana que es heredera de personajes de la talla moral y la coherencia ética
de un Mazzini o un Gramsci, por
mencionar sólo a dos de los más destacados personajes públicos de su historia. Con
qué ojos de espanto verían éstos lo que está pasando en su país. Lo que diría,
en cambio, Mussolini es evidente y claro.
La
política disuasoria de Trump para los
migrantes de Centroamérica hacia los Estados Unidos le ha llevado a criminalizarlos
dictando una ley que les convierte en delincuentes por el solo hecho de tratar
de entrar en aquella tierra de promisión. Y como consecuencia al detener a los
padres, ha sido necesario separarlos de sus hijos que pasan a estar bajo la
tutela de los Servicios sociales norteamericanos. Son más de 2000 niños
separados de sus padres que han alojado
en verdaderas jaulas como si de crías de animales se tratara. La presión de la
propia sociedad norteamericana ha hecho que el populista y ególatra Trump haya
tenido que dar marcha atrás y rectificar su medida, pero no desde luego su
intención de acabar por la fuerza con esa corriente migratoria.
Corriente migratoria que no parece ser causada
en este caso- la mayoría de los migrantes
son hondureños- por razones de supervivencia
económica, sino como remedio para huir de los efectos de la violencia política
y social de sus países. Países que en su día y aún hoy siguen siendo el patio
trasero de la potencia norteamericana y que, en gran medida, ha sido
responsable de la miseria de gran parte
de su poblaciones y de la violencia política que han impuesto los dictadores en
la región Aquellos dictadores que los propios próceres norteamericanos
reconocían como “verdaderos” hijos de puta, pero que eran “sus” hijos de puta.
Y en ese sentido la política de Trump hacia su patio trasero no sólo no parece
haber cambiado sustancialmente, sino que se ha hecho más dura y agresiva contra
ellos, cuando su política económica proteccionista ya no necesita del trabajo casi esclavo
e informal de aquellas poblaciones.
Está claro que aunque los países ricos hayan
dado oficialmente por finalizada la Gran Recesión, sus negativas consecuencias
sociales, dada las discriminatorias medidas tomadas para salir de ella que sólo
han beneficiado a determinadas minorías sociales, siguen y seguirán
afectándonos a los que ya en cierta manera las hemos pagado.
(Publicado en las páginas
de opinión de La Nueva España, de Oviedo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario