viernes, 19 de febrero de 2016

LA NOVELA CONTINÚA

                                         LA NOVELA CONTINÚA
                                                         JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
                                    En  recuerdo de  Alberti, ya marinero en mar, cuya patria fue
                                    el exilio y su nación la Humanidad
                           
          
  La crisis de hegemonía  que trajo consigo el  Desastre colonial para el régimen
 de la Restauración no sólo favoreció la cristalización definitiva de los  nacionalismos vasco y catalán, sino  que fue, sin duda, el principal factor  del impulso renovado que tomó a partir de entonces el discurso del nacionalismo español.   De él  participaron  los más  importantes intelectuales españoles de diversas tendencias ideológicas, pero  donde alcanzó mayor altura y resonancia fue entre aquellos que  defendían  o eran partidarios de los proyectos reformistas que se presentaban como alternativas al sistema de la Restauración.
            Como no podía ser de otro modo, ese discurso se   centró  en el tópico del “ problema de España”, expresión que terminó por definirlo, y, envuelto en los aromas del esencialismo de los pueblos del idealismo alemán, hablándonos de una España nacida en la noche de los tiempos y del carácter genuino del pueblo español, se prolongó durante toda la primera mitad del siglo XX. Mientras que aquel que surgió paralelamente para justificar  los nacionalismos emergentes, construido también desde esos supuestos culturales, pero con mayor dosis de  esencialidad, se mantuvo y pervivió hasta hoy entre los nacionalistas periféricos.
          Dada no sólo la enjundia del tema en sí, sino también el hecho de que en el caso de muchos de esos intelectuales constituye el núcleo de su pensamiento y ha sido necesario tratarlo para realizar su biografía intelectual, acerca del mismo han corrido ríos de tinta. Por ello, el objetivo de Javier Varela en este libro, La novela de España (Taurus,1999), ha sido realizar una revisión con el propósito de no caer, ni en las apologías ni en las descalificaciones con que, según él, ha sido tratado habitualmente. Sin embargo, en este caso, no nos parece que haya logrado un fruto tan granado como el  que alcanzó con la revisión de la biografía de Jovellanos.
         La mejor manera de no caer en análisis  apologéticos ni descalificadores habría sido tratar de explicar la función política y social de ese discurso nacionalista dentro de su contexto histórico. Pero Varela no hace eso, sino un repaso  brillante y ameno,  erudito y analítico del discurso nacionalista español desde el de  Menéndez Pelayo hasta el de J. A. Maraval pasando por el de los krausistas, regeneracionistas, generación del 98, Costa, Ortega, A. Castro y Sánchez Albornoz. Su análisis desborda incluso ese marco con valoraciones sobre la biografía intelectual de los estudiados e incluso con incursiones en su biografía personal. 
            No es que uno no valore la actitud desmitificadora  ni la erudición que envuelve todo el libro de Varela. Al contrario, deben de agradecerse y son un aliciente más de su lectura. Así provocan la sonrisa los éxtasis serranos de Giner de los Ríos o las peripecias de la amañada oposición a cátedra de don Marcelino. Pero los excesos en ese afán desmitificador le hacen caer en algunos pasajes y ocasiones en la caricatura, y  la prolija erudición, en el detallismo  fútil. Como ocurre cuando habla de la religiosidad de los hombres de la Institución Libre de Enseñanza o  describe los elementos culturales nacionales que adornaban la casa del paseo del Obelisco (como era conocida entre los miembros la sede madrileña de la Institución), mencionando hasta la cecina de Villablino.
            Se echa de menos un capítulo dedicado a Azaña, quien, sin duda, por su condición de eslabón  fundamental entre el nacionalismo de obras públicas, llorón  y lastimero de los hombres del 98 y el nacionalismo liberal- democrático que don Manuel representa, bien  merecía un tratamiento más especifico y no sólo las frecuentes referencias que de él se hacen. Entre tanta erudición y análisis brillantes, se encuentran también a veces ciertas imprecisiones y se aprecia algún fallo que otro. Como ocurre en el apartado dedicado a Rafael Altamira, en el que se habla ambiguamente de la relación de Salmerón y de éste con los medios de prensa republicanos, sin mencionar a La Justicia, periódico de inspiración republicana moderada promovido por aquél y otros correligionarios y el cual  dirigió durante algún tiempo el intelectual alicantino. O cuando en su análisis no se valora la vertiente americanista del pensamiento nacionalista de Altamira o la importancia decisiva que tuvo en su biografía intelectual y académica su viaje a América.    
            Cien años después de que ese discurso tomara vuelo y veintiuno tras la aprobación de la Constitución, en medio de una estratégica y unilateral “tregua” de ETA, el modelo de articulación territorial del Estado, concretamente el ajuste de los nacionalismos periféricos dentro del marco estatal, hace aguas. Ese enfrentamiento entre los partidarios del nacionalismo español y los nacionalistas periféricos, ha vuelto a hacer reaparecer la “angustia nacional”. Eliminados, más o menos, los otros tradicionales demonios familiares, éste se resiste a desaparecer y urge hallar una definitiva formula para su  solución.
            Una propuesta para encontrarla es la que desarrolla Javier Tusell en este libro, España, una angustia nacional, (Espasa,1999). Casi podría darse al lector el mal consejo de que comenzase su lectura por el final donde está resumida la “solución” que Tusell nos propone, porque toda  la argumentación académica  multidisciplinar que desarrolla el libro, desde la ciencia política hasta la sociología, pasando por la Historia, está al servicio de su justificación. Propuesta que no deja de ser una legítima  opción ideológica más, cercana a  la de la  Declaración de Barcelona realizada por los partidos nacionalistas el año pasado, basada en la construcción de un estado asimétrico que reconozca  a los nacionalismos periféricos un status diferente del de las otras autonomías.
            Tusell propone que ese reconocimiento debe ser realizado por consenso y dentro del marco constitucional actual. Y para convencer a uno y otro bando,  tratando de que se supere la dialéctica de enfrentamiento, reviste sus argumentos de contenido  científico para tratar de demostrar  cómo las posiciones tanto de los nacionalistas españoles como las de los periféricos más extremos no son corroboradas ni por la ciencia política ni por la Historia y sí el contenido de su propuesta.    
             Para ello dedica parte del libro a realizar un repaso a galope de las diferentes teorías que la ciencia política ha dado sobre el nacionalismo, a trazar un sintético, pero sustancioso análisis del proceso histórico de la  formación del nacionalismo español, y a proponernos su visión del significado del actual resurgimiento de los nacionalismos. Y todo ello, cómo no, le lleva a concluir lo idóneo de su propuesta. El proceso histórico del nacionalismo español ha tenido como resultado la conversión  de España en una “nación de naciones”, peculiaridad española dentro de Europa que hace tan respetable como compatibles a la nación española como a los nacionalismos periféricos. La ciencia política le demuestra que las teorías de la izquierda sobre los fundamentos de clase del origen del nacionalismo y de la invención de la nación por el Estado no tienen  fundamento. Y, en consecuencia, por no tener  ese origen espurio, sí tienen derecho de reconocimiento los proyectos nacionalistas periféricos basados en un nacionalismo cultural blando. Finalmente, el nacionalismo posmoderno que ha resurgido en la actualidad dentro de un mundo globalizado ha dejado obsoletos, según el autor, tanto el intento de querer imponer un Estado mononacional como pretenden los nacionalistas españoles,  como  tratar de conseguir la independencia para construir a su vez otros Estados- nación de menor escala  como dice la ideología de los nacionalistas periféricos.
         En resumen, la novela de España continúa y no se ha escrito aún su final. “Dios mio, pero qué es España”, escribió Ortega definiendo el nudo de su primera parte, relacionado con el problema de la “modernización” de España. “Qué será España”, podría ser la interrogación  que vivida con o sin angustia, según los casos, mejor sintetice el de ésta segunda que se está escribiendo hoy en torno a  la cuestión problemática de los nacionalismos periféricos. En relación con ello, el libro de Varela no deja de ser una limitada, pero erudita y brillante explicación del argumento de la primera novela de España. Mientras que el texto de Tussell, fundamentado y de lectura aprovechable, no es sino  un elemento más del argumento de  la inconclusa continuación  de esa novela.













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