LA NOVELA CONTINÚA
JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
En recuerdo de
Alberti, ya marinero en mar, cuya patria fue
el
exilio y su nación la Humanidad
de la
Restauración no sólo favoreció la cristalización definitiva de los nacionalismos vasco y catalán, sino que fue, sin duda, el principal factor del impulso renovado que tomó a partir de
entonces el discurso del nacionalismo español.
De él participaron los más
importantes intelectuales españoles de diversas tendencias ideológicas,
pero donde alcanzó mayor altura y
resonancia fue entre aquellos que
defendían o eran partidarios de
los proyectos reformistas que se presentaban como alternativas al sistema de la
Restauración.
Como no podía ser de otro modo, ese
discurso se centró en el tópico del “ problema de España”,
expresión que terminó por definirlo, y, envuelto en los aromas del esencialismo
de los pueblos del idealismo alemán, hablándonos de una España nacida en la
noche de los tiempos y del carácter genuino del pueblo español, se prolongó
durante toda la primera mitad del siglo XX. Mientras que aquel que surgió
paralelamente para justificar los
nacionalismos emergentes, construido también desde esos supuestos culturales,
pero con mayor dosis de esencialidad, se
mantuvo y pervivió hasta hoy entre los nacionalistas periféricos.
Dada
no sólo la enjundia del tema en sí, sino también el hecho de que en el caso de
muchos de esos intelectuales constituye el núcleo de su pensamiento y ha sido
necesario tratarlo para realizar su biografía intelectual, acerca del mismo han
corrido ríos de tinta. Por ello, el objetivo de Javier Varela en este libro, La
novela de España (Taurus,1999), ha sido realizar una revisión con el
propósito de no caer, ni en las apologías ni en las descalificaciones con que,
según él, ha sido tratado habitualmente. Sin embargo, en este caso, no nos
parece que haya logrado un fruto tan granado como el que alcanzó con la revisión de la biografía
de Jovellanos.
La
mejor manera de no caer en análisis
apologéticos ni descalificadores habría sido tratar de explicar la
función política y social de ese discurso nacionalista dentro de su contexto
histórico. Pero Varela no hace eso, sino un repaso brillante y ameno, erudito y analítico del discurso nacionalista
español desde el de Menéndez Pelayo
hasta el de J. A. Maraval pasando por el de los krausistas, regeneracionistas,
generación del 98, Costa, Ortega, A. Castro y Sánchez Albornoz. Su análisis
desborda incluso ese marco con valoraciones sobre la biografía intelectual de
los estudiados e incluso con incursiones en su biografía personal.
No es que uno no valore la actitud
desmitificadora ni la erudición que
envuelve todo el libro de Varela. Al contrario, deben de agradecerse y son un
aliciente más de su lectura. Así provocan la sonrisa los éxtasis serranos de
Giner de los Ríos o las peripecias de la amañada oposición a cátedra de don
Marcelino. Pero los excesos en ese afán desmitificador le hacen caer en algunos
pasajes y ocasiones en la caricatura, y
la prolija erudición, en el detallismo fútil. Como ocurre cuando habla de la
religiosidad de los hombres de la Institución Libre de Enseñanza o describe los elementos culturales nacionales
que adornaban la casa del paseo del Obelisco (como era conocida entre los
miembros la sede madrileña de la Institución), mencionando hasta la cecina de
Villablino.
Se echa de menos un capítulo dedicado a
Azaña, quien, sin duda, por su condición de eslabón fundamental entre el nacionalismo de obras
públicas, llorón y lastimero de los
hombres del 98 y el nacionalismo liberal- democrático que don Manuel
representa, bien merecía un tratamiento más
especifico y no sólo las frecuentes referencias que de él se hacen. Entre tanta
erudición y análisis brillantes, se encuentran también a veces ciertas
imprecisiones y se aprecia algún fallo que otro. Como ocurre en el apartado
dedicado a Rafael Altamira, en el que se habla ambiguamente de la relación de
Salmerón y de éste con los medios de prensa republicanos, sin mencionar a La
Justicia, periódico de inspiración republicana moderada promovido por
aquél y otros correligionarios y el cual
dirigió durante algún tiempo el intelectual alicantino. O cuando en su
análisis no se valora la vertiente americanista del pensamiento nacionalista de
Altamira o la importancia decisiva que tuvo en su biografía intelectual y
académica su viaje a América.
Cien años después de que
ese discurso tomara vuelo y veintiuno tras la aprobación de la Constitución, en
medio de una estratégica y unilateral “tregua” de ETA, el modelo de
articulación territorial del Estado, concretamente el ajuste de los
nacionalismos periféricos dentro del marco estatal, hace aguas. Ese
enfrentamiento entre los partidarios del nacionalismo español y los
nacionalistas periféricos, ha vuelto a hacer reaparecer la “angustia nacional”.
Eliminados, más o menos, los otros tradicionales demonios familiares, éste se
resiste a desaparecer y urge hallar una definitiva formula para su solución.
Una propuesta para encontrarla es la que
desarrolla Javier Tusell en este libro, España, una angustia nacional,
(Espasa,1999). Casi podría darse al lector el mal consejo de que comenzase su
lectura por el final donde está resumida la “solución” que Tusell nos propone,
porque toda la argumentación
académica multidisciplinar que desarrolla
el libro, desde la ciencia política hasta la sociología, pasando por la Historia,
está al servicio de su justificación. Propuesta que no deja de ser una
legítima opción ideológica más, cercana
a la de la Declaración de Barcelona realizada por los
partidos nacionalistas el año pasado, basada en la construcción de un estado asimétrico
que reconozca a los nacionalismos
periféricos un status diferente del de las otras autonomías.
Tusell propone que ese reconocimiento
debe ser realizado por consenso y dentro del marco constitucional actual. Y
para convencer a uno y otro bando,
tratando de que se supere la dialéctica de enfrentamiento, reviste sus
argumentos de contenido científico para
tratar de demostrar cómo las posiciones
tanto de los nacionalistas españoles como las de los periféricos más extremos
no son corroboradas ni por la ciencia política ni por la Historia y sí el
contenido de su propuesta.
Para ello dedica parte del libro a
realizar un repaso a galope de las diferentes teorías que la ciencia política
ha dado sobre el nacionalismo, a trazar un sintético, pero sustancioso análisis
del proceso histórico de la formación
del nacionalismo español, y a proponernos su visión del significado del actual
resurgimiento de los nacionalismos. Y todo ello, cómo no, le lleva a concluir
lo idóneo de su propuesta. El proceso histórico del nacionalismo español ha
tenido como resultado la conversión de
España en una “nación de naciones”, peculiaridad española dentro de Europa que
hace tan respetable como compatibles a la nación española como a los
nacionalismos periféricos. La ciencia política le demuestra que las teorías de
la izquierda sobre los fundamentos de clase del origen del nacionalismo y de la
invención de la nación por el Estado no tienen
fundamento. Y, en consecuencia, por no tener ese origen espurio, sí tienen derecho de
reconocimiento los proyectos nacionalistas periféricos basados en un
nacionalismo cultural blando. Finalmente, el nacionalismo posmoderno que ha
resurgido en la actualidad dentro de un mundo globalizado ha dejado obsoletos,
según el autor, tanto el intento de querer imponer un Estado mononacional como
pretenden los nacionalistas españoles,
como tratar de conseguir la
independencia para construir a su vez otros Estados- nación de menor
escala como dice la ideología de los
nacionalistas periféricos.
En
resumen, la novela de España continúa y no se ha escrito aún su final. “Dios
mio, pero qué es España”, escribió Ortega definiendo el nudo de su primera
parte, relacionado con el problema de la “modernización” de España. “Qué será España”,
podría ser la interrogación que vivida
con o sin angustia, según los casos, mejor sintetice el de ésta segunda que se
está escribiendo hoy en torno a la
cuestión problemática de los nacionalismos periféricos. En relación con ello,
el libro de Varela no deja de ser una
limitada, pero erudita y brillante explicación del argumento de la primera
novela de España. Mientras que el texto de Tussell, fundamentado y de lectura
aprovechable, no es sino un elemento más del argumento de
la inconclusa continuación de esa
novela.
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