MALRAUX DESMITIFICADO
Julio Antonio Vaquero Iglesias
En 1996, al cumplirse el vigésimo año
de su muerte, André Malraux entró en el
Olimpo de los franceses inmortales. Sus cenizas se depositaron en el
Panteón de hombres ilustres. Era el quinto escritor que ingresaba en ese templo
laico de la nación francesa. Nada menos que después de Voltaire, Rousseau,
Victor Hugo y Zola. Poco después aparecían dos biografías desmitificadoras del
escritor, intelectual y político francés. Una, la de Lyotard que, como
corresponde a un pensador posmoderno, nos presenta a Malraux como un personaje de máscaras y
contradicciones. La otra, la del periodista y escritor francés Olivier Todd que reseñamos aquí, André
Malraux. Una vida (Tusquets, 2002),
nos aporta, a través de un impresionante cúmulo de información, una visión
demoledora, pero en cierta medida ambigua de la vida de su biografiado.
En
la obra de Malraux están
inextricablemente unidas ficción e historia, literatura y realidad. Pero
también en su vida se mezclan ambiguamente realidad vivida y fantasía, verdad y
mentira. Todd en su biografía ha sabido, con la
precisión del biógrafo- cirujano y el buen manejo de numerosas e
inéditas fuentes- escalpelo, diseccionar y separar la verdad de la mentira de
la vida de Malraux. Pero así y todo no consigue darnos una explicación
convincente de esa dualidad de historia vivida/ historia
contada que constituye su vida. Más bien se inclina, con cierta indulgencia,
por la mitomanía del autor que por su perversidad, más por la “boutade” del
genio que por la impostura del mentiroso. Juicio, por cierto, más suave que el
que emitió de él Raymond Aron, cuya amistad y respeto
intelectual cultivó Malraux: “ Un tercio de genialidad, un tercio de falsedad y
un tercio incomprensible”.
Tampoco
el biógrafo logra explicarnos bien la
relación del otro par de contrarios que
atraviesa, en este caso, no la vida, sino el contenido de toda la obra literaria de Malraux: la mezcla de ficción e historia que
constituye el eje de sus novelas. La ideología malrauxiana que sería el nexo de
unión entre ambas no está tratada sistemáticamente y los análisis que realiza
Todd de sus grandes novelas nos descubren, sobre todo,
datos concretos, interesantes, sin duda, pero que no aclaran del todo lo que es
fundamental entender de la biografía intelectual de Malraux. Esto es: los
silencios del escritor comprometido en relación con el estalinismo, su posición
frente a la ideología socialista y comunista y su giro copernicano después de
1945, cuando pasó de escritor comprometido a intelectual orgánico al
convertirse en el mejor apoyo intelectual con el que contó el cesarismo
gaullista.
Así,
por ejemplo, el análisis que realiza Todd de la relación que Malraux mantuvo
con Trotsky es poco profundo. Admirador de las novelas de Malraux del ciclo
sobre el colonialismo asiático, Los conquistadores y La condición humana, Trotski y
Malraux tuvieron una relación intelectual que terminó en ruptura por la
negativa de éste a condenar los procesos de Moscú y la persecución del POUM en
España. El estudio detallado de esa relación hubiese sido una buena vía, que el
biógrafo transita, pero sin recorrerla
del todo, para conocer los planteamientos ideológicos del Malraux de aquella
época en relación con la ideología marxista y sus planteamientos ante la guerra
de España. Achacar aquella negativa a una actitud pragmática de Malraux para no
causar mayor desunión en el bando republicano y tratar de mantener el apoyo de
la Unión Soviética, no es suficiente. Como tampoco lo es, liquidar el papel
ideológico y propagandístico que Malraux ejerció como intelectual orgánico y
ministro de Cultura durante el gobierno del general de Gaulle, con una plétora
de datos sobre su actuación ministerial, pero con la simple idea de que el
autor de Los robles abatidos (obra dedicada al General) no creía
ideológicamente en el gaullismo sin De Gaulle y sí, únicamente, en la persona y
la personalidad política del mandatario francés.
Sí conocemos, en cambio, a través de la
biografía del periodista francés, una ingente información documentada sobre la
vida personal y política del escritor que le permite reconstruir con toda
precisión las mentiras y inexactitudes
que contó o dejó correr sobre su vida y su obra. En ese sentido, el
principal personaje que creó Malraux fue el suyo y la mejor novela que escribió fue la de su vida.
Todd rastrea todas esas tergiversaciones contrastando el decir y el verdadero
hacer del escritor. La acción y el hacer fueron para el autor de La
condición humana los principios rectores de una existencia condenada, según
él, en última instancia al absurdo. Además del
fundamento de su literatura y eje de su etapa de compromiso anticolonial
y antifascista ( etapa limitada, en realidad, a un corto periodo de tiempo en Asia y al año que
participó como combatiente en la guerra civil española y a su tardía
participación en la Resistencia). Pero, el decir de Malraux transmutó ese hacer, finalmente y en gran
medida, en ficción, justificable para unos en un escritor; para otros mentira interesada de un impostor. Depende cómo se
juzgue. El biógrafo no termina por decidirse por una u otra valoración. Sin
embargo, algunos de sus lectores no
dudarán al emitir su juicio. Basta atender a su evolución política posterior y
ello a pesar de las justificaciones literarias que, en ese sentido, realiza
Malraux en sus Antimemorias. Cierto fue, en cambio, que el origen de su
literatura de creación se nutría de la
experiencia vivida en su etapa de intelectual “comprometido” El resto de su
obra, tras la segunda guerra mundial, en su etapa de intelectual y político
“instalado”, tuvo casi como exclusivo eje el ensayo sobre el arte y su
historia. Su propósito de escribir una novela sobre la Resistencia, aunque lo
intentó con No, como muestra el borrador que ha manejado Todd, quedó en
eso, en un proyecto inacabado.
La lista de esas mentiras e
invenciones es larga. Mencionemos
algunas. Malraux no tuvo ninguna intervención en el Kuomintang en el marco del
el enfrentamiento entre nacionalistas y comunistas chinos que noveló en las dos
obras citadas más arriba. Nunca descubrió los restos de ninguna ciudad de la
reina de Saba. Ni fue herido gravemente en la guerra española, como difundió en
su viaje a EE UU en apoyo de la República española y en otras ocasiones
posteriores. En la realidad, sólo se contusionó levemente en un accidente de
aviación. Tampoco, como hizo creer, comenzó desde el inicio de la guerra su
actividad en la Resistencia, sino ya en la fase final, en 1943, cuando ya podía
intuirse el final favorable a los aliados, y su liberación, tras ser detenido por
los alemanes, está llena de puntos oscuros. Su entrevista de tres horas con
Mao, como ministro del presidente Charles de Gaulle, narrada en las Antimemorias como de vital
importancia para las relaciones occidentales con la China comunista, resultó
ser una entrevista de un cuarto de hora y de puro protocolo que aburrió al
líder chino.
Como pretendía
al iniciar su carrera de escritor, Malraux ha alcanzado, finalmente, la
inmortalidad con el depósito de sus
restos en el Panteón. En sentido
contrario, la biografía de Todd, aun con toda su ambigüedad, desmitifica al
personaje y lo convierte en hombre mortal, aunque sea como rey desnudo. Pero,
así y todo, la impresión que uno tiene después de su lectura es la de que la
biografía literaria, intelectual y política de Malraux sigue abierta todavía.
Pero ya para siempre, del intelectual nos quedará su compromiso antifascista y
del novelista, La esperanza.
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MALRAUX Y LA GUERRA DE ESPAÑA
Malraux fundó y dirigió la Escuadrilla
España. Compró los aviones y reclutó a los pilotos. Fue, además, combatiente en
ella como ametrallador, pero no su jefe operativo. El ejército republicano lo
homologó con el grado de teniente coronel. Integrada la escuadrilla en la
aviación republicana, Malraux realizó en 1937 un viaje por EE UU y Canadá en
apoyo a la causa de la República.
En el terreno literario, la guerra de
España fue el tema de una de sus mejores novelas, La Esperanza. Cuenta
en ella los primeros ocho meses de guerra hasta la victoria republicana en
Guadalajara que permitía tener “la esperanza” de ganar la guerra. Entre las
varias interpretaciones que ha tenido, Todd se suma a la que considera que la novela defiende la actitud
procomunista de Malraux ante la guerra. La versión española de la novela fue en
realidad el film Sierra de Teruel, que trata de uno de los episodios de
aquélla. Producida por el gobierno republicano, dirigida por Malraux con la
colaboración de Max Aub, la película se comenzó a rodar en Barcelona en los
últimos momentos de guerra y se tuvo que terminar en Francia, cuando
realmente ya había dejado de existir
cualquier clase de “esperanza” de ganarla.
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