FIDEL CASTRO, LÍDER ANTIAMPERIALISTA MUNDIAL
JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
En el verano del 1992 asistí en La Habana a
un macro congreso sobre Educación denominado PEDAGOGÍA 92. Éramos más de 2000 profesores precedentes de casi todos los países
latinoamericanos y de España. En la
sesión inaugural, celebrada en el Teatro Karl Marx en el centro de La Habana, se presentó de improviso Fidel Castro a presidir
la apertura de las sesiones de trabajo. Sólo su presencia, pero también
el contenido de su discurso sobre la
decisiva importancia que tenía para el continente el desarrollo de una
educación progresista produjo, antes y después, una de las aclamaciones más
intensa y entusiasta que yo he presenciado jamás. Para mí aquel acto fue más
revelador sobre lo que simbolizaba
Castro y la Revolución Cubana para
amplias capas de las clases
populares y medias de las poblaciones de las naciones latinoamericanas, que todas
mis lecturas sobre la Revolución Cubana.
Fidel representaba para esos sectores el líder que había introducido la educación y la sanidad universales en su país, que trataba de
convertir Cuba frente al águila imperial
norteamericana en una verdadera nación
autónoma e independiente, tras haber puesto fin al régimen neocolonial que había impuesto
Estados Unidos sobre la isla, venciendo
para ello a Batista, el dictador de paja
que representaba los intereses del gobierno norteamericano y los del sector vicario de las clases medias urbanas que se
beneficiaban de esa dependencia. Y había
conseguido, además, resistir numantinamente
el asedio económico y la guerra sucia que organizaba, dirigía y pagaba la CIA contra
Cuba. Pero Fidel y la Revolución Cubana no eran sólo un símbolo en esos sentidos para
importantes sectores de las clases medias y populares de muchos países
latinoamericanos, sino también porque la
Cuba castrista se había convertido además en un animador y en un apoyo directo para aquellos movimientos que en
muchos países latinoamericanos querían acabar con la dependencia económica y
subordinación política del Imperio
norteamericano que padecían. Porque éste no
sólo consideraba Centroamérica y el Caribe como su “patrio trasero”,
sino también el resto del continente latinoamericano.
La fuente de esa visión antiimperialista que fue el rasgo dominante de la concepción y práctica políticas de Fidel
no sólo fueron los movimientos antiimperialistas latinoamericanos de los años
30 y 40 en México, Argentina o Brasil y otros países de la región, sino también, y sobre todo, ese antiimperialismo hundía su raíces
en el propio origen de la nación
cubana. La dependencia de Estados Unidos, cuyo peligro ya vio en el horizonte
el propio Martí, provocó desde los inicios en importantes sectores de las clases medias y
populares cubanas una reacción nacionalista y antiimperialista que, sobre todo,
tomó cuerpo y pensamiento en un sector
del movimiento estudiantil cubano de los
años 20 liderado por el que fue, además de un activo revolucionario comunista, el
más importante teórico del antiimperialismo en América Latina, Julio Antonio
Mella, para el que, como siempre defendió Castro después, Cuba no podría ser
una nación verdaderamente libre sí no acababa con el neocolonialismo que sufría
la emergente nación cubana y para ello era también condición necesaria luchar para poner fin al domino imperial que
ejercían los norteamericanos sobre el
continente. Sin duda, a través de la influencia del pensamiento de Mella y de
aquel sector izquierdista del movimiento
estudiantil cubano, el antimperialismo formó parte de los genes político-ideológicos de Castro: un verdadero nacionalismo debería de
ser por necesidad antiimperialista y
debería ser sujeto activo en la promoción de la solidaridad internacional.
Para
Castro, pues, ese antimperialismo tenía también una dimensión mundial y fueron
sus proyectos y actividades internacionales en ese campo
los que le convirtieron en un
verdadero estadista a nivel mundial. A la vez que aumentaron su popularidad
entre el pueblo cubano Dado el alto prestigio que el líder cubano había
alcanzado con su participación en el Movimiento de los Países No Alineados, La Habana fie elegida
en 1979, como sede de ese Movimiento y Castro nombrado presidente del mismo
por un período de cuatro años,
manteniendo una política de ayuda,
militar, cultural y sanitaria a las rebeliones nacionalistas anticoloniales del
Tercer Mundo y a los nuevos países que surgían de ellas como fue el caso del
apoyo prestado a las tres naciones que surgieron de la descomposición del imperio colonial
portugués tras el golpe militar de 1974 o el que dio a las revoluciones
en marcha en América Latina como lo hizo
con la revolución nicaragüense.
Sin duda,
sin tener en cuenta esa dimensión antiimperialista de la ideología y la
práctica política de Fidel Castro, como ocurre en la mayoría de los
balances de corto vuelo sobre su figura
que se están publicando con motivo de su fallecimiento, no es posible
comprender el verdadero significado de
la obra del que fue una de los grandes líderes políticos del siglo XX.
( PUBLICADO
EN LAS PÁGTNAS DEOPINIÓN DE LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO)
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