lunes, 5 de diciembre de 2016

       FIDEL CASTRO, LÍDER  ANTIAMPERIALISTA MUNDIAL
    



                                     JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS









  En el verano del 1992 asistí en La Habana a un macro congreso sobre Educación denominado PEDAGOGÍA 92. Éramos más  de 2000  profesores   precedentes de casi todos los países latinoamericanos  y de España. En la sesión inaugural, celebrada en el Teatro  Karl Marx en el centro de La Habana,  se presentó de improviso Fidel Castro a  presidir  la apertura de las sesiones de trabajo. Sólo su presencia, pero también el contenido de su  discurso sobre la decisiva importancia que tenía para el continente el desarrollo de una educación progresista produjo, antes y después, una de las aclamaciones más intensa y entusiasta que yo he presenciado jamás. Para mí aquel acto fue más revelador  sobre lo que simbolizaba Castro y la Revolución Cubana para  amplias capas  de las clases populares y medias de las poblaciones de las naciones latinoamericanas, que todas mis lecturas sobre la Revolución Cubana.
 Fidel representaba para esos sectores  el líder que había introducido  la educación y la sanidad  universales en su país, que trataba de convertir Cuba  frente al águila imperial norteamericana en una  verdadera nación autónoma e independiente, tras haber puesto fin  al régimen neocolonial que había impuesto Estados Unidos sobre la isla,  venciendo para ello a Batista, el  dictador de paja que representaba los intereses del gobierno norteamericano y los del  sector vicario  de las clases medias urbanas que se beneficiaban de esa dependencia. Y  había conseguido, además, resistir numantinamente  el asedio económico y la guerra sucia  que organizaba, dirigía y pagaba la CIA contra Cuba.   Pero  Fidel y la Revolución Cubana no  eran sólo un símbolo en esos sentidos para importantes sectores de las clases medias y populares de muchos países latinoamericanos, sino también porque  la Cuba castrista se había convertido además en un animador y en un  apoyo directo para aquellos movimientos que en muchos países latinoamericanos querían acabar con la dependencia económica y subordinación política  del Imperio norteamericano que padecían. Porque éste no  sólo consideraba Centroamérica y el Caribe como su “patrio trasero”, sino también el resto del continente latinoamericano.
     La fuente de esa visión antiimperialista  que fue el rasgo dominante de  la concepción y práctica políticas de Fidel no sólo fueron los movimientos antiimperialistas latinoamericanos de los años 30 y 40 en México, Argentina o Brasil y otros países de la región, sino  también, y sobre todo,  ese antiimperialismo  hundía  su raíces  en el propio origen de  la nación cubana. La dependencia de Estados Unidos, cuyo peligro ya vio en el horizonte el propio Martí, provocó desde los inicios  en importantes sectores de las clases medias y populares cubanas una reacción nacionalista y antiimperialista que, sobre todo, tomó cuerpo y pensamiento  en un sector del  movimiento estudiantil cubano de los años 20 liderado por el que fue, además de un activo revolucionario comunista, el más importante teórico del antiimperialismo en América Latina, Julio Antonio Mella, para el que, como siempre defendió Castro después, Cuba no podría ser una nación verdaderamente libre sí no acababa con el neocolonialismo que sufría la emergente nación cubana y para ello era también  condición necesaria  luchar para poner fin al domino imperial que ejercían los norteamericanos sobre  el continente. Sin duda, a través de la influencia del pensamiento de Mella y de aquel sector izquierdista  del movimiento estudiantil cubano, el antimperialismo formó parte de los  genes político-ideológicos de  Castro: un verdadero nacionalismo debería de ser por necesidad  antiimperialista y debería ser sujeto activo en la promoción de  la solidaridad internacional.
   Para Castro, pues, ese antimperialismo tenía también una dimensión mundial y fueron sus proyectos y actividades internacionales  en ese campo  los  que le convirtieron en un verdadero estadista a nivel mundial. A la vez que aumentaron su popularidad entre el pueblo cubano Dado el alto prestigio que el líder cubano había alcanzado con su participación en el Movimiento de los  Países No Alineados, La Habana  fie elegida  en 1979, como sede de ese Movimiento y Castro nombrado presidente del mismo por un  período de cuatro años, manteniendo una política  de ayuda, militar, cultural y sanitaria a las rebeliones nacionalistas anticoloniales del Tercer Mundo y a los nuevos países que surgían de ellas como fue el caso del apoyo prestado a las tres naciones que surgieron de  la descomposición del imperio colonial portugués tras el golpe militar de 1974 o el que dio a las  revoluciones  en marcha en América Latina como lo hizo  con la revolución nicaragüense.   
Sin duda, sin tener en cuenta esa dimensión antiimperialista de la ideología y la práctica política de Fidel Castro, como ocurre en la mayoría  de  los balances de corto vuelo sobre su figura  que se están publicando con motivo de su fallecimiento, no es posible comprender el verdadero significado de  la obra del que fue una de los grandes líderes políticos del siglo XX.

( PUBLICADO EN LAS PÁGTNAS DEOPINIÓN DE LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO)

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