LA
GRAN DIMISIÓN
Julio
Antonio Vaquero Iglesias
Con esa expresión es como se viene conociendo
por economistas, sociólogos y otros teóricos sociales un fenómeno inédito que
está ocurriendo- por lo menos hasta ahora- en EE UU y Reino Unido. Se trata del
abandono voluntario del trabajo de un elevado número de empleados que renuncian
a sus empleos sin una motivación objetiva o, al menos concreta, para hacerlo.
Son, en el caso de los EE UU, un porcentaje elevado: cada año desde que se ha
extendido la pandemia abandonan
voluntariamente el trabajo en torno a cuatro millones de empleados.
Las razones que dan los interesados presentan
una gran ambigüedad. Se encuentran descontentos con sus empleos porque no le proporcionan ninguna
satisfacción personal, porque sus retribuciones son miserables y tienen que
trabajar en más de uno para obtener unas retribuciones que les permitan cubrir
sus necesidades más perentorias... . Pero en realidad no hay motivaciones
concretas, claras y comunes que puedan
explicar por qué ahora y en estas circunstancias tan adversas se
está produciendo esa Gran Dimisión y
esta ambigüedad trae de cabeza a sociólogos, economistas y otros estudiosos que
no acaban de comprender ni pueden explicar a qué se debe en realidad ese
fenómeno. Ni si es permanente o transitorio y si se extenderá o no a otros países desarrollados capitalistas.
Las tentativas de explicación van desde las más totalizadoras a las más
pragmáticas y concretas.
Entre las primeras está la de que quizás los trastornos sociales, mentales y
económicos causados por la tempestad
pandémica estén en la base de esas conductas y no son sino una carga de
profundidad contra el propio sistema capitalista que se está desarrollando en
dos de los centros del hipercapitalismo más duro como es el de cuño anglosajón que
es claramente diferente del renano europeo que se ha desarrollado tras la
Segunda Guerra Mundial suavizado por el Estado de Bienestar.
E, incluso, algunos teóricos
van más allá y creen encontrar la
genealogía de las conductas de esos trabajadores en las
reacciones que se produjeron entre algunos teóricos del anticapitalismo de la
primera Revolución industrial que elogiaron, frente al trabajo “esclavo” que
implantó aquélla, la virtualidad y el elogio de la “pereza”.
Sin embargo, como decíamos, hay otros teóricos que tratan de explicar
este fenómeno basándolo en una causa más
pedestre y pragmática. Son las
ayudas económicas que la Administración
Bíden ha distribuido entre los ciudadanos las que están permitiendo esa actitud
dimisionaria de un significativo número de trabajadores norteamericanos. Sin
embargo, esa explicación parece que no
podría servir en la misma medida para el caso británico.
Lo que
sí es cierto es que esa “masiva dimisión” sí parece indicar la expresión colectiva, o al menos de un
importante sector de trabajadores, de unas actitudes críticas y de rechazo de
un sistema de trabajo que no sólo implica una explotación económica, sino
también una ausencia de satisfacción
personal del trabajador.
Y esto sí es una gran novedad en un país como
EE UU en el que la ideología del trabajo siempre se ha basado en el supuesto de
que éste es el factor fundamental de la
vida y de la realización personal de los trabajadores.
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