viernes, 29 de enero de 2021

 

 

 

                   NI GUIÓN DE BERLANGA NI CHISTE DE EUGENIO

                                                  JULIO ANTONIO VAQUERO  IGLESIAS

“Érase   una vez un general, un obispo, un consejero de Sanidad, una alcaldesa, unos liberados sindicales que saltándose el orden de prelación establecido y aprovechándose de sus cargos privilegiados y sin  un átomo no sólo de ética, sino incluso de estética, se saltaron el orden  establecido  por las autoridades sanitarias con criterios sanitarios  y se vacunaron antes de que les correspondiese…. “.

No,  no es este un argumento de una película  de Berlanga o un chiste de Eugenio, sino un hecho real que demuestra que éste  es un país de pícaros (parece ser que sólo en España e Italia ha ocurrido casos como estos). Y muchos de los que esperamos nuestro turno arriesgándonos en caer en las garras del COVid-19 no dejamos de preguntarnos qué pensaran de ello los miembros de las Fuerzas armadas y Cuerpos de seguridad que colaboran y se arriesgan día a día en la lucha contra la pandemia .Cómo lo tomaran los miembros del estamento sanitario que luchan denodadamente en hospitales y quirófanos para salvar a los que caen en las garras de virus. O los ciudadano de a pie que sufren y viven atemorizados  en sus perimetrados municipios. O los trabajadores de los sindicatos que van a trabajar cada día con la amenaza de contagiarse de la enfermedad y dejar a sus familias en el desamparo. O, por fin,  los fieles de la Iglesia católica que oyen todos los domingos predicar a sus pastores de la práctica de la caridad con sus semejantes y asisten a la misa dominical con la amenaza del contagio.

 Seguro que todos ellos no lo consideran una anécdota y  habrán quedados  asombrados oyendo los argumentos auto exculpatorios  de los autores del abuso.  Lo que cualquier niño con mínima capacidad de reflexión identificaría como un comportamiento al margen de cualquier criterio ético positivo y como  excusas inaceptables  y lloros de caimán algunas de las manifestaciones de disculpa de los egoístas vacunados. Tanto más cuando por sus altos cargos serían ellos los que tendrían que dar ejemplo a todos los demás ciudadanos. Desde luego, no hay ninguna clase de disculpa para tales comportamientos.

 Hay quien, como ha hecho el señor  alcalde de Madrid, el que ya nos tiene acostumbrados a algunas de sus peregrinas declaraciones,  ha pretendido plantearse  la cuestión de la pertinencia o no de que los altos cargos del Estado deberían de tener prelación  en la vacunación por el vacío  de gobernabilidad que pudiera causar su ausencia  por efectos de la enfermedad. Como si el sistema democrático no tuviera los medios establecidos para cubrir por la elección democrática correspondiente o el mecanismo legal establecido para la sustitución de los puestos vacantes.

  ¿Han cometido  los perpetradores del abuso vacunal algún ilícito penal? La fiscalía correspondiente debería de examinar tal posibilidad y actuar en consecuencia.  En la opinión de muchos ciudadanos, entre los que me cuento, al menos debería negárseles la  dispensación de la segunda dosis hasta que les correspondiera por el orden de prelación establecido.   

    Desde luego, sería un error valorar este abuso como una anécdota más, sino tomarlo como un hecho inmoral y punible.

(Publicado en las páginas de opinión de La Nueva España, de Oviedo)

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