domingo, 30 de junio de 2019


               
               






                           OSCAR Y VALERIA
                                           Julio Antonio Vaquero iglesias
Lo escribimos cuando el niño sirio Aylan apareció muerto en una playa turca y la  fotografía de su cadáver  sacudió  la conciencia de todos  (¿realmente de “todos”?) con el trágico espectáculo  que estaba originando la  emigración económica y política hacia Europa. Una imagen como aquella no podía volver a reproducirse si queríamos seguir llamándonos civilizados  y los países europeos debían de poner los medios para que nunca más ocurriera algo semejante. Pero pasada la impactante impresión que causó aquel cadáver infantil en la opinión pública  las cosas siguen más o menos igual o incluso peor con las políticas xenófobas de la ultraderecha europea y el Mediterráneo siguen siendo la tumba de numerosos, miles, de inmigrantes africanos y asiáticos que tratan de alcanzar en Europa una vida mejor y más segura. Los Salvini y los Viktor Orbán de la Unión Europea  Imponen sus estados  sus políticas ultraderechistas xenófobas  mientras la entidad supraestatal creada sobre valores de humanidad y justicia es incapaz de tomar decisiones de conjunto para solucionar el  problema inmigratorio.
Ahora ha ocurrido otro caso similar en el otro espacio donde un gobierno de la ultraderecha, el del presidente Trump, domina y aplica políticas xenófobas y antimigratorias. En un país, por cierto,  cuya formación se realizó a base de inmigrantes y de los que, incluso, procede la propia  familia de su actual mandatario. La nueva imagen trágica es ahora la de los cadáveres flotando en el agua en las orillas del río Bravo del inmigrante salvadoreño Oscar Alberto Ramírez y su hija Valería de dos años. Todo el dolor, la tragedia y la injusticia  que origina la política emigratoria del magnate presidencial norteamericano están plasmados en esa instantánea fotográfica.   Porque efectivamente detrás de ella, está todo el horror  que ha causado y está causando tal política que  no respeta los derechos humanos que su propio país ha reconocido: desde la expulsión de inmigrantes sin ninguna clase de respeto legal hasta la retención y separación forzosa de los hijos de sus propios padres y familiares. Amén de la construcción de un muro-frontera que controle la población emigrante centroamericana que quiere entrar en Estados Unidos, salvo, claro está, cuando las necesidades de mano de obra barata y sin protección social del país lo requieran
  El impacto de esta fotografía ha originado también una reacción entre la opinión pública norteamericana y el Partido Demócrata ha aprobado en la Cámara de Representantes con la oposición presidencial un paquete de medidas por valor de 4500 millones de dólares para cubrir   los gastos de salud y seguridad de esos migrantes. Pero mucho nos tememos que, como ocurrió en Europa con Aylán, pasado el impacto producido por esa fotografía y calmada la opinión pública norteamericana con esa inversión, todo volverá a la anterior situación mientras el ultranacionalismo de Trump siga impregnando las políticas norteamericanas sobre la emigración. En realidad, la única verdadera solución sólo llegará si finalmente en las próximas elecciones presidenciales Trump es desalojado del sillón presidencial y sus políticas ultranacionalistas y reaccionarias dejadas a un lado por un nuevo presidente que tenga un más elevado sentido de la justicia y la humanidad. El pueblo norteamericano debe exigírselo  por razones de dignidad y justicia.
  Está claro que la imagen de los cadáveres de Aylan y de Oscar y su hija Valeria se han convertido ya  no solo en la  imagen del trato injusto e inhumano de los pueblos ricos con los pueblos pobres y los desheredados de la fortuna que huyen de ellos y cuya situación miserable en cierta medida  tiene su origen en la explotación a que han sido sometidos por aquellos. El trágico final que expresan esas fotografías es también un verdadero símbolo de la desigualdad estructural de nuestro mundo actual. Desigualdad  que, de seguir así, va a ser fuente, sin duda, de profundas y negativas consecuencias para todos. Esperemos que sus trágicos finales, como los de tantos otros miles de migrantes, no hayan sido en vano.   
(Artículo publicado en las páginas de opinión de La Nueva España, de Oviedo)
                              

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