LA REVOLUCIÓN RUSA CIEN AÑOS DESPUÉS
Julio
Antonio Vaquero Iglesias
La implosión de la Unión Soviética
en 1991 entendida como el final del proceso revolucionario que había culminado en 1917 con
la caída de la autocracia zarista y el ascenso al poder de los
bolcheviques bajo el liderato de Lenin, supuso el desarrollo de una nueva
historiografía sobre aquella revolución que ha puesto sobre el tapete de la
historia un conjunto de nuevos temas, diferentes aproximaciones e
interpretaciones más matizadas que, en cierta medida, han superado tanto las
visiones dogmáticas oficialistas de la
Unión Soviética como las procedentes de la historiografía liberal cargadas de
valoraciones ideológicas negativas de aquel transcendental proceso
revolucionario que ha marcado con su
huella y sus consecuencias toda la historia del siglo XX.
El
centenario aniversario que se cumple este año de aquel transcendental proceso
revolucionario ha supuesto la publicación en español de gran parte de esa nueva
bibliografía y, entre ella, acaba de aparecer “La venganza de los siervos” que supone un análisis de sus causas, desarrollo y
consecuencias a partir no solo de los
contenidos de esa nueva y reciente historiografía, sino también de las propias
investigaciones de su autor el historiador Julián Casanova, catedrático de la
Universidad de Zaragoza y profesor de la Central European University de Budapest, que es un
destacado especialista en la historia de
los países del Este y de la revolución rusa.
Casanova construye su relato, pues, no sólo
desde la historia política, sino también, como ha incidido la nueva
bibliografía, desde la historia social y
cultural para explicarnos cómo y por
qué la revolución estalló en febrero de
1917, culminó en Octubre de ese año y luchó por su supervivencia en la Guerra
civil (1918-1923). Y lo hizo a través de importantes movimientos de masas
originados por el hambre y el descontento producidos por la participación y
actuación de la autocracia zarista en la Gran Guerra. Pero también por la
ascendente oposición al zarismo de la intelligentsia
rusa enfrentada al mal gobierno de la zarina Alejandra cuando Nicolás II la
dejó encargada del gobierno imperial para ponerse al frente del ejército
zarista sin conocimientos ni experiencia militar alguna
Movimientos de masas en los que destaca el
papel decisivo que tuvieron en ellos las mujeres, los campesinos y
trabajadores, los soldados y los marinos
cuyo levantamiento fue el inicio de los sucesos de febrero en Petrogrado que
condujeron a la caída del Zar y el inicio de un intento de establecimiento de
un régimen liberal a través del Gobierno Provisional. Protestas a las que se
sumaron, además, los pueblos no rusos del Imperio multiétnico que era la Rusia
de los zares.
Ese rasgo, al que el historiador aragonés, siguiendo a alguno de los
nuevos historiadores, califica como
“caleidoscopio” de revoluciones, es para él y la nueva historiografía lo que
define el estallido revolucionario. El origen de la Revolución Rusa está en esa
superposición de revoluciones que implicaban a su vez las diversas contradicciones que se desarrollaban
dentro de la autocracia zarista: económica, de clase, culturales y
nacionalistas. Contradicciones que la desastrosa intervención militar en la Gran Guerra agudizó
produciendo el estallido revolucionario de febrero de 1917.
Esa primera etapa de la revolución no sólo
supuso la caída del Zar, sino el establecimiento de un poder dual, el de la
burguesía liberal encarnado en el Gobierno Provisional, pero también el de
soldados, marinos, campesinos y trabajadores a través del Sóviet de Petrogrado.
Después
de la revolución de febrero, tras un
vertiginosa sucesión de etapas: liberal, socialista moderada y radical, el
proceso revolucionario culminó, bajo el
liderazgo de Lenin y con el apoyo popular, en la Revolución de Octubre con la
toma del poder por los bolcheviques que
iniciaron la aplicación del programa de las Tesis de Abril: paz con Alemania,
reparto de la tierra, gestión de las
fábricas por los trabajadores y
construcción de una democracia popular a través de los Sóviets.
Sin
embargo, el final de la Gran Guerra originó, por el apoyo de las potencias
europeas a los propietarios de las tierras y la antigua burocracia y nobleza
zarista ( los Blancos) , el inicio de una guerra civil que se prolongó hasta
1923. Etapa que implicó, a su vez, el abandono del proyecto de democracia
popular y la apuesta, a través de una política de violencia y terror, por la
construcción de una dictadura de un solo partido
Este
giro es, sin duda, uno de aspectos esenciales que han tratado de dilucidar la
mayoría de los nuevos historiadores de la Revolución Rusa. Y más allá de la
teoría esencialista mantenida por el historiador conservador Richard Pipes que explica el autoritatismo revolucionario como
un rasgo natural del “alma” rusa y del contenido de la propia ideología marxista-
leninista, Casanova, como los otros “nuevos” historiadores, se inclina más a atribuirlo a la propia
complejidad de aquel proceso revolucionario que estuvo a punto de ser derribado
en la etapa de la Guerra civil.
Quizás algún lector eche de menos un
tratamiento más amplio y matizado de las contribuciones positivas que la Gran
Revolución Rusa aportó al desarrollo del
siglo XX, como recientemente ha realizado Josep Fontana, con su espléndida
obra: El siglo de la Revolución.
Pero, sin duda, el historiador aragonés ha conseguido una síntesis actualizada,
proporcionada y bien escrita ( como nos tiene acostumbrados), de lectura asequible para cualquier clase de lector. Lo
que, sin duda, no es nada fácil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario