lunes, 19 de junio de 2017


LA REVOLUCIÓN RUSA CIEN AÑOS DESPUÉS

                  Julio Antonio Vaquero Iglesias







La implosión de la Unión Soviética en 1991 entendida como el final del proceso revolucionario que  había culminado  en 1917 con  la caída de la autocracia zarista y el ascenso al poder de los bolcheviques bajo el liderato de Lenin, supuso el desarrollo de una nueva historiografía sobre aquella revolución que ha puesto sobre el tapete de la historia un conjunto de nuevos temas, diferentes aproximaciones e interpretaciones más matizadas que, en cierta medida, han superado tanto las visiones dogmáticas  oficialistas de la Unión Soviética como las procedentes de la historiografía liberal cargadas de valoraciones ideológicas negativas de aquel transcendental proceso revolucionario  que ha marcado con su huella y sus consecuencias toda la historia del siglo XX.
       El centenario aniversario que se cumple este año de aquel transcendental proceso revolucionario ha supuesto la publicación en español de gran parte de esa nueva bibliografía y, entre ella, acaba de aparecer “La venganza de los siervos” que supone  un análisis de sus causas, desarrollo y consecuencias a partir no solo de  los contenidos de esa nueva y reciente historiografía, sino también de las propias investigaciones de su autor el historiador Julián Casanova, catedrático de la Universidad de Zaragoza y profesor de la Central European  University de Budapest, que es un destacado  especialista en la historia de los países del Este y de la revolución rusa.
 Casanova construye su relato, pues, no sólo desde la historia política, sino también, como ha incidido la nueva bibliografía, desde la historia social  y cultural para explicarnos  cómo y por qué  la revolución estalló en febrero de 1917, culminó en Octubre de ese año y luchó por su supervivencia en la Guerra civil (1918-1923). Y lo hizo a través de importantes movimientos de masas originados por el hambre y el descontento producidos por la participación y actuación de la autocracia zarista en la Gran Guerra. Pero también por la ascendente oposición al zarismo de la intelligentsia rusa enfrentada al mal gobierno de la zarina Alejandra cuando Nicolás II la dejó encargada del gobierno imperial para ponerse al frente del ejército zarista sin conocimientos ni experiencia militar alguna
    Movimientos de masas en los que destaca el papel decisivo que tuvieron en ellos las mujeres, los campesinos y trabajadores,  los soldados y los marinos cuyo levantamiento fue el inicio de los sucesos de febrero en Petrogrado que condujeron a la caída del Zar y el inicio de un intento de establecimiento de un régimen liberal a través del Gobierno Provisional. Protestas a las que se sumaron, además, los pueblos no rusos del Imperio multiétnico que era la Rusia de los zares.    
   Ese rasgo, al que el historiador aragonés, siguiendo a alguno de los nuevos historiadores, califica  como “caleidoscopio” de revoluciones, es para él y la nueva historiografía lo que define el estallido revolucionario. El origen de la Revolución Rusa está en esa superposición de revoluciones que implicaban a su vez las  diversas contradicciones que se desarrollaban dentro de la autocracia zarista: económica, de clase, culturales y nacionalistas. Contradicciones que la desastrosa  intervención militar en la Gran Guerra agudizó produciendo el estallido revolucionario de febrero de 1917.
 Esa primera etapa de la revolución no sólo supuso la caída del Zar, sino el establecimiento de un poder dual, el de la burguesía liberal encarnado en el Gobierno Provisional, pero también el de soldados, marinos, campesinos y trabajadores a través del Sóviet de Petrogrado.
  Después de la revolución de febrero,  tras un vertiginosa sucesión de etapas: liberal, socialista moderada y radical, el proceso revolucionario  culminó, bajo el liderazgo de Lenin y con el apoyo popular, en la Revolución de Octubre con la toma del poder por los bolcheviques  que iniciaron la aplicación del programa de las Tesis de Abril: paz con Alemania, reparto de  la tierra, gestión de las fábricas por los trabajadores  y construcción de una democracia popular a través de los Sóviets.
  Sin embargo, el final de la Gran Guerra originó, por el apoyo de las potencias europeas a los propietarios de las tierras y la antigua burocracia y nobleza zarista ( los Blancos) , el inicio de una guerra civil que se prolongó hasta 1923. Etapa que implicó, a su vez, el abandono del proyecto de democracia popular y la apuesta, a través de una política de violencia y terror, por la construcción de una dictadura de un solo partido  
  Este giro es, sin duda, uno de aspectos esenciales que han tratado de dilucidar la mayoría de los nuevos historiadores de la Revolución Rusa. Y más allá de la teoría esencialista mantenida por el historiador conservador  Richard Pipes que  explica el autoritatismo revolucionario como un rasgo natural del “alma” rusa y del contenido de la propia ideología marxista- leninista, Casanova, como los otros “nuevos” historiadores,  se inclina más a atribuirlo a la propia complejidad de aquel proceso revolucionario que estuvo a punto de ser derribado en la etapa de la Guerra civil. 
 Quizás algún lector eche de menos un tratamiento más amplio y matizado de las contribuciones positivas que la Gran Revolución Rusa  aportó al desarrollo del siglo XX, como recientemente ha realizado Josep Fontana, con su espléndida obra: El siglo de la Revolución. Pero, sin duda, el historiador aragonés ha conseguido una síntesis actualizada, proporcionada y bien escrita ( como nos tiene acostumbrados), de lectura  asequible para cualquier clase de lector. Lo que, sin duda, no es nada fácil.

( PUBLICADO EN LA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO: SUPLEMENTO CULTURAL “CULTURA”)

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