HIROSHIMA Y NAGASAKI, SETENTA Y CINCO AÑOS
DESPUÉS.
JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
El día seis de agosto se cumplieron
setenta y cinco años del lanzamiento por el bombardero norteamericano Enola Gay
de la primera bomba atómica sobre la
ciudad japonesa de Hiroshima. Fueron
140.000 las víctimas de una población de alrededor de los 350.00 habitantes
(más las víctimas posteriores a causa de las heridas y radiaciones). Una semana
más tarde se lanzaría la segunda bomba atómica sobre la ciudad de Nagasaki. Esta última ciudad, por cierto, no
era el objetivo predeterminado del bombardeo, pero por las malas condiciones atmosféricas
la bomba no pudo ser lanzada sobre la ciudad previamente elegida y se decidió
lanzarla sobre esta ciudad. Fueron en este caso 40. 000 las víctimas inmediatas
más otros miles a finales del año a causa de las heridas y efectos radioactivos
consecuentes.
Las conmemoraciones en este setenta y cinco aniversario, limitadas por
los efectos de la pandemia que sufrimos, han insistido en la necesidad de
prohibir taxativamente la fabricación de las armas atómicas y pedir
a su propio país que se sume al Tratado
de No Proliferación de Armas Nucleares
firmado en la ONU el siete de
julio de 2007 firmado por 122 estados miembros, pero que tiene que ser
ratificado al menos por 50 estados y
hasta hoy sólo lo han hecho 40. Y entre los que no está, cuesta creerlo,
la única víctima de un ataque nuclear en la historia del mundo hasta hoy como lo fue Japón.
Si cada v ez parece más claro
que el lanzamiento de las dos bombas atómicas sobre la población civil de estas
dos ciudades japonesas, no fue en realidad, como se dijo para justificarlo, el
golpe definitivo y necesario para acabar
con la Segunda Guerra Mundial, sino el inicio de la Guerra Fría y la búsqueda
del establecimiento de la hegemonía norteamericana en el nuevo mundo que surgía
tras el conflicto mundial, la realidad geopolítica mundial de hoy cargada de tensiones tras el derrumbe de la
Unión Soviética y con la presencia de nueve estados que poseen armas nucleares:
Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, Pakistán, India, Israel y
Corea del Norte, hace cada vez más necesario y perentorio lograr un acuerdo
mundial para la prohibición de la utilización y el desarrollo de las armas
nucleares. De ahí que la petición del alcalde de Hiroshima en esta
conmemoración de poner fin al peligro de la guerra nuclear no sea sólo un canto
idealista sin base real, sino todo lo contrario, expresa una necesidad de
lograr esa seguridad no en un mundo bipolar como el de la Guerra Fría, sino en
otro multipolar con numerosos puntos de tensión y fricciones internacionales
que, sin duda, los efectos de la pandemia están incluso haciendo más peligroso. Sin duda, a la altura de esta
75ª conmemoración el peligro de un conflicto nuclear no sólo no ha
desaparecido, sino que entra dentro de las realidades geopolíticas potenciales
de nuestro mundo.
Otro aspecto que sigue latiendo a
la altura de esta conmemoración es, sin duda, el verdadero significado ético y
moral que tuvo el lanzamiento de aquellas bombas atómicas por parte de Estados
Unidos. Hoy parece claro que la teoría del “mal menor” con que lo justificaron
Truman y Churchill no es ya de recibo. Japón estaba ya en un proceso inmediato
de pedir la paz, máxime cuando la URSS entró en guerra contra Japón y amenazaba con invadir la potencia nipona.
La mayor parte de las autoridades
militares norteamericanas no
consideraron necesario este empleo de las armas nucleares para poner fin
al conflicto que ya prácticamente estaba acabado. Fueron los casos, entre otros
muchos, de Eisenhower y Mac Arthur, amén
de otros variados personajes que tuvieron después notables responsabilidades
políticas en el gobierno de Estados Unidos.
Esa es también la opinión de
numerosos historiadores (Jackson, Kurwick, Selden…, entre otros). Algunos de
ellos consideran esos dos bombardeos
atómicos como un verdadero crimen de
lesa humanidad. Y algunos de ellos se
preguntan con plena pertinencia si lo que buscaban las autoridades
norteamericanas era el final de la guerra para evitar más víctimas por qué no
usaron las bombas sobre escenarios sin potenciales víctimas civiles.
La tesis dominante hoy es, como ya
dijimos, que la decisión de lanzar las bombas atómicas sobre objetivos civiles
tuvo como primera y principal finalidad
comenzar la futura Guerra Fría con predominio
norteamericano más que poner fin a la Segunda Guerra Mundial.
Sin duda, la memoria de Hiroshima
y Nagasaki, setenta y cinco años después, sigue siendo una memoria viva que nos
habla del presente y de las amenazas que se ciernen sobre nuestro futuro.
(PUBLICADO EN LAS PÁGINAS DE OPINIÓN DE lA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO.ESPAÑA)
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