lunes, 17 de agosto de 2020

  







 HIROSHIMA Y NAGASAKI, SETENTA Y CINCO AÑOS DESPUÉS.
                               JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
El día seis de agosto se cumplieron setenta y cinco años del lanzamiento por el bombardero norteamericano Enola Gay de la primera bomba atómica sobre  la ciudad japonesa de  Hiroshima. Fueron 140.000 las víctimas de una población de alrededor de los 350.00 habitantes (más las víctimas posteriores a causa de las heridas y radiaciones). Una semana más tarde se lanzaría la segunda bomba atómica sobre la ciudad de  Nagasaki. Esta última ciudad, por cierto, no era el objetivo predeterminado del bombardeo, pero por las malas condiciones atmosféricas la bomba no pudo ser lanzada sobre la ciudad previamente elegida y se decidió lanzarla sobre esta ciudad. Fueron en este caso 40. 000 las víctimas inmediatas más otros miles a finales del año a causa de las heridas y efectos radioactivos consecuentes.
   Las conmemoraciones en este setenta y cinco aniversario, limitadas por los efectos de la pandemia que sufrimos, han insistido en la necesidad de prohibir  taxativamente  la fabricación de las armas atómicas y pedir a su propio país que  se sume al Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares  firmado en la ONU el siete de julio de 2007 firmado por 122 estados miembros, pero que tiene que ser ratificado al menos por 50 estados y  hasta hoy sólo lo han hecho 40. Y entre los que no está, cuesta creerlo, la única víctima de un ataque nuclear en la historia del mundo  hasta hoy como lo fue Japón.
   Si cada v ez parece más claro que el lanzamiento de las dos bombas atómicas sobre la población civil de estas dos ciudades japonesas, no fue en realidad, como se dijo para justificarlo, el golpe definitivo y necesario  para acabar con la Segunda Guerra Mundial, sino el inicio de la Guerra Fría y la búsqueda del establecimiento de la hegemonía norteamericana en el nuevo mundo que surgía tras el conflicto mundial, la realidad geopolítica mundial de hoy  cargada de tensiones tras el derrumbe de la Unión Soviética y con la presencia de nueve estados que poseen armas nucleares: Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, Pakistán, India, Israel y Corea del Norte, hace cada vez más necesario y perentorio lograr un acuerdo mundial para la prohibición de la utilización y el desarrollo de las armas nucleares. De ahí que la petición del alcalde de Hiroshima en esta conmemoración de poner fin al peligro de la guerra nuclear no sea sólo un canto idealista sin base real, sino todo lo contrario, expresa una necesidad de lograr esa seguridad no en un mundo bipolar como el de la Guerra Fría, sino en otro multipolar con numerosos puntos de tensión y fricciones internacionales que, sin duda, los efectos de la pandemia están incluso haciendo  más peligroso. Sin duda, a la altura de esta 75ª conmemoración el peligro de un conflicto nuclear no sólo no ha desaparecido, sino que entra dentro de las realidades geopolíticas potenciales de nuestro mundo.
 Otro aspecto que sigue latiendo a la altura de esta conmemoración es, sin duda, el verdadero significado ético y moral que tuvo el lanzamiento de aquellas bombas atómicas por parte de Estados Unidos. Hoy parece claro que la teoría del “mal menor” con que lo justificaron Truman y Churchill no es ya de recibo. Japón estaba ya en un proceso inmediato de pedir la paz, máxime cuando la URSS entró en guerra contra Japón y  amenazaba con invadir  la potencia nipona.
  La mayor parte de las autoridades militares norteamericanas no  consideraron necesario este empleo de las armas nucleares para poner fin al conflicto que ya prácticamente estaba acabado. Fueron los casos, entre otros muchos, de  Eisenhower y Mac Arthur, amén de otros variados personajes que tuvieron después notables responsabilidades políticas en el gobierno de Estados Unidos. 
    Esa es también la opinión de numerosos historiadores (Jackson, Kurwick, Selden…, entre otros). Algunos de ellos  consideran esos dos bombardeos atómicos como un verdadero crimen  de lesa humanidad. Y algunos de ellos  se preguntan con plena pertinencia si lo que buscaban las autoridades norteamericanas era el final de la guerra para evitar más víctimas por qué no usaron las bombas sobre escenarios sin potenciales víctimas civiles.
 La tesis dominante hoy es, como ya dijimos, que la decisión de lanzar las bombas atómicas sobre objetivos civiles tuvo como primera y  principal finalidad comenzar la futura Guerra Fría con predominio  norteamericano más que poner fin a la Segunda Guerra Mundial.  
  Sin duda, la memoria de Hiroshima y Nagasaki, setenta y cinco años después, sigue siendo una memoria viva que nos habla del presente y de las amenazas que se ciernen sobre nuestro futuro.  

(PUBLICADO EN LAS PÁGINAS DE OPINIÓN DE lA NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO.ESPAÑA)

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