domingo, 3 de mayo de 2020

Vocabulario,comunicación y políticos en la pandemia



Pablo Casado en el baño






VOCABULARIO,  COMUNICACIÓN Y POLITICOS DE LA PANDEMIA
                  JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
 La pandemia que sufrimos nos ha traído un nuevo vocabulario. Casi podríamos decir que una neolengua como  de la que hablaba Orwel en “1984”. Términos por cierto que, en su mayoría, no responden a correctos criterios lingüísticos. Pensemos sino en la contradicción en los términos que supone “distancia social” o la ambigüedad y la connotación orweliana que implica “nueva realidad” o el anglicismo que es “desescaladamiento” que, por cierto, supone que antes hubo una escalada que es  un acto volitivo que nunca hubo porque el virus llegó, invadió y mató sin que hubiera ninguna voluntad por nuestra parte. No faltan tampoco los nuevos acrónimos como Erte (Expediente de Regularización Temporal de Empleo), que desgraciadamente nos traen referencias de las pavorosas   consecuencias sociales y económicas que está causando la pandemia que nos asola. O expresiones  de connotación tan oscura como la de “laminar el tiempo”, cuando tenemos en castellano expresiones claras para decir lo mismo.
 En cierto sentido, parece como si la distopía se hubiese hecho ya realidad entre nosotros y hubiésemos dejado sin argumentos a los autores de ciencia ficción para mucho tiempo.
 La otra  realidad que cada vez parece imponerse de manera más clara es el clamoroso fracaso de la política de comunicación del gobierno de coalición. Está claro que Pedro Sánchez, a pesar de su atractivo kennediano, no es, desde luego, un político muy dotado para la comunicación o, al menos, en esta dramática situación no está al nivel requerido. Abusa de los circunloquios, es difícil seguir el curso de su idea principal por sus continuos rodeos y, al final, no va al grano, lo que implica capacidad de síntesis y oratoria directa. Sus intervenciones deberían de ser más cortas y dejar los aspectos técnicos para que los contestasen sus  expertos y dejar a un lado ese continúo paternalismo que tiñe sus parlamentos como si los españoles fuéramos niños o personas  inmaduras. Quizás Sánchez debería fijarse más en los modelos de Macron o de Merkel en sus maneras de comunicar. Por cierto, esos expertos  no son, desde luego “presuntos expertos” como ha salido de la viperina lengua de la marquesa Cayetana Álvarez de Toledo quien, por cierto, nunca se podría equiparar aunque quisiera a los “marqueses”  de Galapagar porque ella lo es de  nacimiento, esto es, sin méritos nacidos de sus obras, mientras que, de serlo, los Iglesias,  lo serían por méritos propios de su inteligencia y de sus obras que es de donde debería salir cualquier título honorífico de reconocimiento democrático.
  Por cierto, el propio Pablo Iglesias debería, nos parece, enfocar adecuadamente su habilidad oratoria que, sin duda, hay que reconocerle para asumir lo que no parece reconocer del todo y es que ahora no está en la oposición, sino en el banco azul y es miembro importante del gobierno. Porque si un espectador no avisado no supiera esa  condición, de oír sus parlamentos pensaría sin duda que eran los de un orador de la oposición y no de un importante miembro del gobierno. Y esto debería de tenerlo en cuenta incluso en sus respuestas a Vox, aunque la verdad es que hay que reconocer que a muchos de nosotros también  nos  costaría controlarnos al escuchar cómo ese partido utiliza los muertos y los mayores para sus fines políticos.
  Sin duda, en las  situaciones difíciles y dramáticas como la que estamos atravesando es donde se descubren los verdaderos políticos, los auténticos estadistas, como fueron los casos, dicho sea solo a título de ejemplo, de Churchill en la trágica coyuntura de la Segunda Guerra Mundial o de Adolfo Suárez, en la de nuestra transición.
  En esta actual que padecemos y en nuestro país se ven pocos, por no decir ninguno, que llevarnos a los labios para mencionarlos. Aunque, eso sí, no puedan medirse todos los políticos con el mismo rasero, sin duda. No es lo mismo, desde luego, Casado mirándose en el espejo para intentar que Vox no le alcance por detrás y teniendo por delante como referente al valiente Aznar que cuando se declaró la epidemia en Madrid, salió como alma a la que persigue el diablo hacia Málaga para evitar los efectos de la pandemia, que otros que tratan con  errores de bulto, pero buenas intenciones de controlar el tsunami que nos ha caído encima y de evitar  que, como ocurrió en la Gran Recesión, la factura  la paguen los de siempre, esto es, los de abajo. A la vez que unos pocos, muy pocos, desde luego, de ambos bandos, tratan por todos los medios de ponerse delante del toro para evitar en lo posible los efectos mortíferos de su acometida como es el caso, déjenme citar solo a dos, pero seguro que, si rebuscamos saldrían otros (no muchos) como el alcalde Almeida en Madrid que ha puesto los actos por delante de las palabras o Gabilondo que busca denodadamente en la Comunidad de Madrid de aunar las sinergias necesarias de derecha e izquierda para atajar en lo posible los efectos de la tragedia en la que estamos sumidos.   
  Desde luego, los mejores de la crítica situación están siendo, sin duda, los ciudadanos y aquella parte de ellos, los profesionales, que les ha tocado la acción directa ante la pandemia y que no hay que convertirlos en héroes, sino reconocerlos como profesionales cabales que han sabido cumplir con sus deberes y su obligaciones, en muchos casos, por encima de sus responsabilidades.
 De ellos, todos nosotros tenemos, sin duda, que estar agradecidos. Y no desde luego, de  los políticos de todos los niveles institucionales (no todos, desde luego)  que ni siquiera han entendido en esta coyuntura crucial la importancia que tienen los gestos simbólicos que como los más altos magistrados públicos deberían haber adoptado. Y  no sólo no lo han hecho, sino que incluso los han rechazado, como el de reducirse sus emolumentos y dedicarlos a los más castigados por la pandemia.

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