martes, 6 de mayo de 2014

 BELÉN ESTEBAN COMO PRETEXTO
                                                   JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

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    Ocurre en algunas ocasiones. Los libros nos llegan como si de eslabones de una cadena se tratara. Así me ha pasado una vez más con este de Miguel Roig, Belén Esteban y la fábrica de porcelana (Península 2010). Apenas había oído hablar de Kate Moss y leí el sugestivo libro de Christian Salmon acerca de la modelo, porque me había interesado mucho su Storytelling. Ahora mi interés por este libro sobre Belén Esteban no proviene del interés televisivo que haya despertado en mí el personaje (apenas veo la televisión, ni siquiera los documentales de la 2 y sí, en cambio, soy un entusiasta de la buena radio) sino por el posible paralelismo que pudiera haber en la interpretación sociológica de los personajes de Kate  Moss y  Belén  Esteban.
            Del mismo modo que apunta  Crhistian  Salmon en el prólogo de este libro,   a mí sólo me interesa la literatura en cuanto que analiza la realidad. Y, desde luego, el éxito mediático de Belén Esteban  que  la ha elevado en un tiempo récord a las portadas del papel couché (“Ni que yo fuera Bin Laden”), forma parte, sin duda, de la realidad de de nuestros días y su  fuerza es tal que es difícil aceptar que baste su interpretación como una simple y esquemática expresión de la mercantilización de los gustos  horteras y morbosos de un amplio sector (como demuestran las mediciones de audiencia) del público televidente.
            Roig desarrolla en su ensayo una interpretación sociológica del fenómeno mediático de Belén Esteban  (refrendada a su vez por Salmón en su prólogo) en clave  posmoderna.  El capitalismo tardío ha entrado en  su  “fase líquida” (de la que nos habla Bauman) y ha acabado (como  dice el culturalismo posmoderno) con  el sujeto centrado, autónomo de la modernidad. No somos otra cosa que un conjunto de roles (sucesivos y simultáneos) adaptados, a través de innumerables conexiones y desconexiones (otra vez Bauman), para producir la máxima empatía, del mismo modo que nos comportamos  como consumidores dúctiles  o como trabajadores flexibles en el terreno del consumo y la producción. Belén Esteban encaja a la perfección, según esto, en esa  interpretación. Es como una matrioska  que se interpreta a sí misma a través de los numerosos roles que desempeña en “Sálvame” y en los cuales se ven representados sus televidentes: de madre coraje amantísima (“yo por mi hija ma-to”, “Andreita, cómete el pollo”) a  vecina modélica pasando por aplicada alumna de baile o ciudadana desencantada de la política y los políticos y… todos cuantos sean necesarios para convertir el programa en una incesante noria que gira sin cesar sin ninguna clase de argumento  y sin decir nada   en realidad, sino emitir una oleada de  sentimientos que la identifican con su público como si de una   terapia colectiva se tratara.
   Un personaje posmoderno, pues, dentro de un formato de programa también posmoderno: un reality show  en el que no hay argumento ni guión, sino que es un bucle que no tiene fin, y que es el  correlato del presente continuo, sin futuro que defiende la ideología posmoderna. Un reality show que ya  no tiene  nada que ver con el culebrón o telenovela con  argumento y guión enraizados en alguno de los grandes relatos que ya no tienen sentido para el posmodernismo. Un reality show que despliega un hiperrealismo que oculta la realidad pretendiendo mostrarla a través no sólo de la Esteban contándose a si misma, sino también de una fauna (con perdón) de participantes (comenzando por el propio presentador del programa) que produce grima en la sensibilidad y la racionalidad de todo aquel que siga (aún) las pautas de la modernidad.
       En realidad, del mismo modo que lo hizo Salmón con Kate Moss, Roig nos proporciona una interpretación de Belén Esteban contaminada por la  propia ideología posmoderna: solamente  como un personaje especular de la  posmodernidad. Pero lo que no han visto ni uno ni otro es que  esa ideología más que  reflejar el mundo del capitalismo avanzado lo que hace es legitimarlo. Ni la Esteban representa a esas capas populares y medias a las que la demediada democracia realmente existente silencia e ignora y únicamente utiliza como potenciales votantes (recuerden los políticos de toda laya que han pasado por “Sálvame”) ni es, como ella y el programa pretenden, la voz del pueblo (“la Princesa del pueblo” la denominan;“Belen Esteban. Nuestra Evita Perón”, decía un rótulo de “Sálvame”). Al contrario, nuestro personaje con su populismo fascistoide (como lo ha calificado acertadamente Josep Ramoneda), lo que hace es en, realidad, silenciar la voz de quienes dice representar ocultando las causas de la situación  política y social que esas clases populares y sectores de las medias padecen. En fin, después de todo esto, entenderán ustedes por qué uno, anclado aún en la modernidad  (y los dioses quieran que sea  por mucho tiempo), rechaza la televisión y  sigue escuchando exclusivamente la radio.       

   ( Publicado en La Nueva España (Asturias) en  enero de 2011)

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