JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
Ocurre
en algunas ocasiones. Los libros nos llegan como si de eslabones de una cadena
se tratara. Así me ha pasado una vez más con este de Miguel Roig, Belén
Esteban y la fábrica de porcelana (Península 2010). Apenas había oído
hablar de Kate Moss y leí el sugestivo libro de Christian Salmon acerca de la
modelo, porque me había interesado mucho su Storytelling.
Ahora mi interés por este libro sobre Belén Esteban no proviene del interés
televisivo que haya despertado en mí el personaje (apenas veo la televisión, ni
siquiera los documentales de la 2 y sí, en cambio, soy un entusiasta de la
buena radio) sino por el posible paralelismo que pudiera haber en la
interpretación sociológica de los personajes de Kate Moss y Belén Esteban.
Del mismo modo que apunta Crhistian
Salmon en el prólogo de este libro,
a mí sólo me interesa la
literatura en cuanto que analiza la realidad. Y, desde luego, el éxito
mediático de Belén Esteban que la ha elevado en un tiempo récord a las
portadas del papel couché (“Ni que yo fuera Bin Laden”), forma parte, sin duda,
de la realidad de de nuestros días y su fuerza es tal que es difícil aceptar que baste
su interpretación como una simple y esquemática expresión de la
mercantilización de los gustos horteras
y morbosos de un amplio sector (como demuestran las mediciones de audiencia) del
público televidente.
Roig desarrolla en su ensayo una interpretación
sociológica del fenómeno mediático de Belén Esteban (refrendada a su vez por Salmón en su prólogo)
en clave posmoderna. El capitalismo tardío ha entrado en su “fase líquida” (de la que nos habla Bauman) y ha
acabado (como dice el culturalismo
posmoderno) con el sujeto centrado, autónomo
de la modernidad. No somos otra cosa que un conjunto de roles (sucesivos y
simultáneos) adaptados, a través de innumerables conexiones y desconexiones
(otra vez Bauman), para producir la máxima empatía, del mismo modo que nos
comportamos como consumidores dúctiles o como trabajadores flexibles en el terreno
del consumo y la producción. Belén Esteban encaja a la perfección, según esto,
en esa interpretación. Es como una matrioska que se interpreta a sí misma a través de los
numerosos roles que desempeña en “Sálvame”
y en los cuales se ven representados sus televidentes: de madre coraje amantísima
(“yo por mi hija ma-to”, “Andreita, cómete el pollo”) a vecina modélica pasando por aplicada alumna
de baile o ciudadana desencantada de la política y los políticos y… todos
cuantos sean necesarios para convertir el programa en una incesante noria que
gira sin cesar sin ninguna clase de argumento
y sin decir nada en realidad, sino emitir una oleada de sentimientos que la identifican con su público
como si de una terapia colectiva se
tratara.
Un personaje posmoderno, pues, dentro de un
formato de programa también posmoderno: un reality
show en el que no hay argumento ni
guión, sino que es un bucle que no tiene fin, y que es el correlato del presente continuo, sin futuro
que defiende la ideología posmoderna. Un reality
show que ya no tiene nada que ver con el culebrón o telenovela
con argumento y guión enraizados en
alguno de los grandes relatos que ya no tienen sentido para el posmodernismo.
Un reality show que despliega un
hiperrealismo que oculta la realidad pretendiendo mostrarla a través no sólo de
la Esteban contándose a si misma, sino también de una fauna (con perdón) de participantes
(comenzando por el propio presentador del programa) que produce grima en la
sensibilidad y la racionalidad de todo aquel que siga (aún) las pautas de la
modernidad.
En realidad, del mismo modo que lo hizo Salmón
con Kate Moss, Roig nos proporciona una interpretación de Belén Esteban contaminada
por la propia ideología posmoderna:
solamente como un personaje especular de
la posmodernidad. Pero lo que no han
visto ni uno ni otro es que esa
ideología más que reflejar el mundo del capitalismo avanzado
lo que hace es legitimarlo. Ni la Esteban representa a esas capas populares y
medias a las que la demediada democracia realmente existente silencia e ignora
y únicamente utiliza como potenciales votantes (recuerden los políticos de toda
laya que han pasado por “Sálvame”) ni es, como ella y el programa pretenden, la
voz del pueblo (“la Princesa del pueblo” la denominan;“Belen Esteban. Nuestra
Evita Perón”, decía un rótulo de “Sálvame”). Al contrario, nuestro personaje
con su populismo fascistoide (como lo ha calificado acertadamente Josep
Ramoneda), lo que hace es en, realidad, silenciar la voz de quienes dice
representar ocultando las causas de la situación política y social que esas clases populares y
sectores de las medias padecen. En fin, después de todo esto, entenderán
ustedes por qué uno, anclado aún en la modernidad (y los dioses quieran que sea por mucho tiempo), rechaza la televisión y sigue escuchando exclusivamente la radio.
( Publicado en La Nueva España (Asturias) en enero de 2011)
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