LARGO CABALLERO, UN REFORMISTA
REVOLUCIONARIO
JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
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FRANCISCO LARGO CABALLERO |
El pasado día 16 de enero fallecía en Madrid, el historiador y catedrático de Historia contemporánea de la Universidad Complutense, Julio Aróstegui. Unas semanas antes había salido a la luz su último libro, una monumental biografía del político socialista Francisco Largo Caballero: Largo Caballero. El tesón y la quimera ( Debate), obra de cerca de mil páginas, a cuya confección había dedicado el autor los últimos veinte años, libro que, sin duda, va ocupar un lugar honor en su legado historiográfico que ha tratado sobre el carlismo, la guerra civil, la historia del presente y la teoría historiográfica.
Esta biografía de Largo
Caballero parte del reconocimiento de que el que fue uno de los más destacados
dirigentes del socialismo español durante la primera mitad del siglo pasado, de
reconocido prestigio entre la clase obrera española de su época, ha sido
paradójicamente un personaje maltratado tanto desde la derecha como la
izquierda, aunque nadie le haya negado, para bien o para mal, su constancia y
lucha tenaz - esto es: el tesón al que se refiere el subtítulo de su biografía-
en favor de la clase obrera española durante los aproximadamente cincuenta años
de su labor de dirigente obrero y político socialista, tareas en las que llegó a alcanzar los más altos
cargos en el sindicato y el partido
socialista, así como en el Gobierno republicano, del que fue en su primer bienio reformador Ministro de Trabajo y
Previsión Social y después, durante la guerra civil, Presidente de Gobierno.
Entre otras descalificaciones, se ha acusado a Largo de colaboracionista con la Dictadura de Primo de
Rivera, de comportamiento político contradictorio e inconsecuente por pasar
casi sin solución de continuidad de las
prédicas y los comportamientos reformistas a las posiciones radicales a
ultranza que mantuvo tuvo durante la
revolución de Octubre del 34, también de “seguidista” por considerar que ese
cambio de actitud no había sido sino una adaptación interesada al radicalismo
que asumió la masa obrera española en la
coyuntura del bienio derechista republicano.
Sin embargo, Aróstegui trata de demostrar que, desde una visión de la
trayectoria global, no parcializada, de su biografía , algunos de esos
comportamientos, al margen de su valoración positiva o negativa, pueden
perfectamente matizarse, y las aparentes contradicciones de su biografiado
resolverse en el proyecto rector que mantuvo durante toda su vida pública, el
del “reformismo revolucionario” o gradualismo, que suponía considerar, como
paso previo o primera etapa de la lucha
obrera, el intervencionismo político buscando
la organización de la clase y la mejora de las condiciones obreras como antesala
y base para una posterior revolución social.
De ahí que, según nuestro historiador, el dirigente obrerista entendía que
su colaboracionismo con la Dictadura primorriverista no era connivencia con
ella sino solo convivencia. Como también que su labor como Ministro de Trabajo
durante la República la concibiese como una fase superior de intervencionismo,
el intervencionismo gubernamental, para intentar lograr con la implantación
desde el Gobierno de un avanzado sistema de leyes laborales establecer un
verdadero Estado social, necesario y previo a la futura sociedad socialista. Por ello, concebía -como el mismo escribió-
su legislación laboral no como “obra verdaderamente socialista”, sino solo como “obra de un
socialista”. Del mismo modo que su giro hacia el radicalismo a partir de 1933,
y con él su apoyo y protagonismo en la
revolución del 34 que le valió el apelativo de “Lenín español” y él rechazó
tajantemente atribuyéndoselo a los comunistas, no fue sino una reacción ante
una situación de excepción causada por el bloqueo que las derechas republicanas
habían impuesto a la posibilidad de una política reformista dentro de la
República.
Esta última es una de las dos “quimeras” que Aróstegui
atribuye a Largo y a las que hace referencia el subtítulo de su obra. La otra sería la sesgada y poco realista concepción que
tuvo el dirigente socialista de la alianza antifascista en que fundamentó su
Gobierno durante la guerra civil. Concepción que le llevó inexorablemente a un
enfrentamiento con los comunistas y fue, por ello, uno de los principales
factores, no el único, de la caída de su Gobierno en mayo de 1937 y el comienzo
del fin de su destacada posición dentro del socialismo español.
Toda esa trayectoria estuvo marcada en parte por su origen. Obrero
estuquista, de origen familiar humilde y parva instrucción, Largo se convirtió
en obrero consciente tras su conocimiento y posterior contacto personal con
Pablo Iglesias. De hecho, fue un “pablista” de arraigadas convicciones toda su
vida. Del maestro tomó su concepción “cerrada” de la clase obrera, la
importancia decisiva de la
“organización” para su triunfo y la
asunción sin contradicciones del binomio revolución/ reformismo. Y como rasgos
propios: la importancia que siempre concedió en su táctica al “societarismo”,
esto es, las medidas de autoorganización de la clase obrera, el “sindicalismo
político” como instrumento básico de su reformismo y lo que Aróstegui denomina
como “intuición de clase”, que no es sino su capacidad de percepción intuitiva
de las necesidades de la clase obrera que explica tanto algunos de sus aciertos
como sus errores políticos, sus “quimeras”.
La
dureza y las consecuencias negativas que para su salud tuvieron sus siete años
de exilio en Francia, parte de los cuales los pasó recluido en un campo de
concentración nazi en Alemania, no fueron, sin embargo, obstáculo para que, una
vez liberado, volviera desde París a intervenir activamente hasta su muerte en
1946 en la política del exilio republicano. Terminó reconciliándose con
Indalecio Prieto y propuso la celebración de un plebiscito entre los españoles
para elegir entre Monarquía y República
como primera medida, entre otras, para
iniciar el proceso que debía conducir a poner fin a la dictadura franquista.
A
pesar de ciertas contradicciones que pueden apreciarse en el texto,
alguna que otra valoración
discutible y cierta tendencia a
la reiteración, la revisión que
realiza nuestro historiador de la obra y el pensamiento de Largo aporta, sin
duda, notas de gran valor historiográfico. No sólo por el carácter integral de
su relato biográfico y la minuciosa, casi exhaustiva, documentación en la que se
fundamenta que le permite extraer importantes matizaciones y nuevas interpretaciones
de la actuación y pensamiento de su biografiado, sino también por la profunda y
esmerada contextualización en que basa
todo su desarrollo, que la convierte, además, en una verdadera historia del
socialismo español de la primera mitad del siglo XX.
Desde luego, más allá de las más recientes versiones biográficas de Largo
Caballero como la de Marta Bizcarrondo o la más reciente de Juan Francisco
Fuentes, ésta os no sólo la última, sino, sin duda, la más ambiciosa e
importante escrita hasta ahora. Y la verdad es que su principal conclusión parece bien fundamentada.
Largo Caballero fue, sin duda, el más
genuino representante, en la historia del socialismo español de la primera
mitad del siglo pasado, de la vía reformista, la que hemos denominado como “reformismo
revolucionario”.Y, dada la trayectoria de su pensamiento y acción, él y no
Julián Besteiro, como se ha venido manteniendo habitualmente, debe ser
considerado como el verdadero heredero de Pablo Iglesias.
( PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA
NUEVA ESPAÑA, DE OVIEDO)
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