LAS MENTIRAS DE HIROSHIMA
JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
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SOMBRA EN LA ESCALERA DE UN HOMBRE SENTADO TRAS LA EXPLOSIÓN DE LA BOMBA ATÓMICA EN HIROSHIMA |
Sin embargo en la actualidad predomina entre
los historiadores otra versión muy diferente sobre esa decisión que puso
fin al conflicto mundial, pero dio
origen a la que podría considerarse como
la Tercera Guerra Mundial, la Guerra Fría, que provocó en varias ocasiones situaciones límites que
pusieron a la humanidad al borde del
holocausto nuclear.
En mayo de 1945 la guerra había finalizado en Europa y en el frente del
Pacífico los japoneses se batían en retirada, esperando la invasión proyectada
para noviembre por el general Marshall. Mientras tanto el ejército norteamericano
practicaba una estrategia de tenaza
sobre las islas japonesas basada en el bloqueo por mar y aire y en
una cruel campaña de bombardeos
aéreos sobre la población japonesa con bombas incendiarias
compuestas por napalm, termita, fósforo
blanco y otros materiales inflamables
que habían causado ya la casi destrucción de más de un centenar de poblaciones japonesas y
cientos de miles de víctimas civiles abrasadas y asadas en vida hasta
morir. A ello había que sumar la amenaza de la
intervención de la Unión Soviética
en la guerra del Pacífico programada
en la conferencia de los aliados
en Yalta, una vez que se hubiese puesto fina fin al frente europeo
Los datos son incontestables y echan por tierra la imagen que se
difundió después de que el japonés era un pueblo de fanáticos dispuesto a
resistir hasta el final costase lo que
costase. Al contrario, el emperador y la mayoría de los miembros del alto mando
militar japonés eran conscientes ya al
comenzar 1945 de que la guerra estaba
perdida y trataron de llegar a una rendición condicionada que salvase el kokutai , esto es, el régimen imperial y
al emperador Hirohito. Sin embargo, Truman y parte de su gobierno con el total apoyo
de Churchill no aceptaron las
proposiciones de paz japonesas. Sólo les servía
una rendición incondicional que suponía para los japoneses poner en peligro la supervivencia del sistema imperial. Todo esto a pesar, incluso, de que
algunos sectores e importantes políticos demócratas y republicanos eran partidarios de aceptar la paz condicionada que proponían
los japoneses.
¿Cuáles fueron, pues, las razones que
llevaron a Truman a no aceptar esa paz
condicionada buscada por los japoneses,
y a tomar por el contrario la trascendente decisión de lanzar las dos
bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki?
En cierta medida pesaron en esa decisión
algunas razones de carácter interno. Entre ellas el temor
de que aceptar una
rendición con condiciones que
permitiese sobrevivir el régimen imperial japonés, podía ser mal vista por una
opinión pública como la norteamericana
que odiaba literalmente a los japoneses con un odio casi visceral y de
índole racista. Ese odio se expresaba en
insultos como “ monos amarillos”, “carne de mono”, “ japos”, “no hombres”,
etcétera. Y no distinguía entre las élites dirigentes del país asiático que
habían promovido la guerra y el resto de la población, como sí lo habían hecho los norteamericanos con “los criminales nazis” y “los buenos alemanes”. Esa actitud discriminatoria era ya anterior al miserable y traidor ataque japonés a Pearl Harbor en 1941 y, sin
duda, se acentuó después del mismo. La expresión material más significativa de
esa actitud fue el maltrato y el internamiento
masivo en campos de concentración que
sufrieron los norteamericanos de origen japonés en Estados Unidos durante la mayor parte del conflicto mundial. No
podía, pues, ser bien vista por la mayoría de los norteamericanos una rendición
de los japoneses que les concediera el mínimo respeto y aceptase la
supervivencia de su régimen militarista
. Del mismo modo que la opinión pública
no había protestado por la brutal y antihumana campaña de bombardeos con bombas
incendiarias sobre la población civil japonesa, tampoco el lanzamiento de las
bombas de Hiroshima y Nagasaki era
previsible que fuese a ser motivo de
descontento civil y político contra la Administración Truman. Al contrario: las
bombas atómicas al facilitar la
posible rendición incondicional de
Japón, iban a ser bien vistas por la
ciudadanía norteamericana por hacer
innecesaria la invasión norteamericana programada y, con ello, la salvación de
innumerables vida de jóvenes soldados americanos.
Estas fueron las razones que
adujeron Truman y su Gobierno
para aprobar el lanzamiento de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. El
presidente norteamericano las mantuvo y
defendió hasta su muerte sin
reconocer ninguna clase de duda ni arrepentimiento por su decisión. Y
ello a pesar de que importantes políticos, incluso de su Gobierno, como fue el
caso de su propio secretario de la Guerra Stimson, y algunos de los más importantes militares del momento como Eisenhower y
MacArthur la desaprobaron, porque estaban convencidos de que no era necesario
su utilización dada la situación de
profunda debilidad de Japón.
Sin embargo, tenemos hoy bastantes
pruebas de que el motivo último de los bombardeos de Hiroshima
y Nagasaki estuvo relacionado con el
intento del Gobierno Truman de mantener la hegemonía en el futuro escenario internacional dejando
en inferioridad de condiciones a la
Unión Soviética. En realidad casi podría decirse que Hiroshima y Nagasaki fueron en
realidad las víctimas propiciatorias
para conseguir el dominio norteamericano sobre la Unión Soviética en la lucha
por el dominio del mundo que se
avecinaba entre los dos imperios después
del conflicto mundial.
La expresión en el entorno más cercano a
Truman de la verdadera motivación del empleo de la bomba atómica sobre Japón
está documentada en varias ocasiones entre los colaboradores más próximos al
presidente. Es el caso de uno de los asesores con mayor influencia en estos asuntos sobre él, James Byrnes. En
una reunión con varios científicos que pretendían entrevistarse con Truman para aconsejarle que no emplease la bomba nuclear,
les manifestó sin ninguna clase de rodeos que él como el resto del Gobierno
eran conscientes de que Japón estaba ya
derrotado, pero que lo que les inquietaba mucho más era la influencia rusa en
Europa y que gracias a la utilización de la bomba en Japón, la Unión Soviética
sería más manejable en ese continente.
Las palabras literales que
dirigió a Truman el general Groves,
director militar del Proyecto Manhattan dedicado a la fabricación de la bomba
atómica y estrecho colaborador de Truman en todo lo relativo a la bomba atómica, son meridianamente claras sobre la finalidad de aquel proyecto : “ (Con la bomba) bien podríamos estar en condiciones de imponer
nuestras condiciones una vez que termine la guerra. De hecho, Truman
trató por todos los medios, como así ocurrió en el último momento , tener a
punto la bomba para la conferencia de Potsdam y utilizarla como instrumento diplomático contra Stalin.
¿Quién le iba a decir a Einstein que las
tres cartas que dirigió a Roosevelt pidiéndole (después lo reconoció como uno
de los graves errores de su vida) que se acelerara la investigación para
fabricar la bomba atómica como elemento
disuasorio para evitar su posible empleo
en la guerra por la Alemania hitleriana,
iban a terminar con su utilización por
el Gobierno norteamericano como instrumento
para lograr su hegemonía en el mundo tras el fin de la guerra?
( PUBLICADO EN LAS PÁGINAS DE OPINIÓN DE LA NUEVA
ESPAÑA, DE OVIEDO, CON MOTIVO DEL ANIVERSARIO DEL 70 ANIVERSARIO DEL
LANZAMIENTO DE LA BOMBA DE HISROSHI
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