ESPAÑA
ENSANGRENTADA
El hispanista inglés Paul Preston
realiza un análisis integral de la represión roja y azul en la guerra civil
española
Julio Antonio Vaquero Iglesias
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Paul Preston |
Pascual
López, gallego, tras la toma de Asturias por los sublevados, fue apresado e
ingresado en un campo de concentración cerca de Oviedo. Enterada su familia, su
hijo Pascualín, de trece años, viajó a Asturias hasta dar con su paradero y
clandestinamente convivió con su padre en el campo de concentración. Un grupo
de falangistas se llevó a los prisioneros gallegos para ejecutarlos en Gijón.
Pascualín siguió a su padre durante doce días. Finalmente, los falangistas
fusilaron en el espigón del Musel a los presos, disparándoles en las rodillas
para que tardaran más tiempo en desangrarse, arrojando después sus cuerpos al mar. Pascual fue echado al mar
sin estar muerto y su hijo logró sacarlo del agua y llevarlo a la montaña donde
le curó las heridas. Cuando se recuperó envió a su hijo a casa y él se unió a
la guerrilla.
La
represión en el Gijón republicano alcanzó también niveles de odio y
crueldad extremos. El 14 de agosto, como
represalia por los 54 muertos y 78 heridos graves causados por los ataques de la
aviación y la artillería naval de los sublevados, un grupo de milicianos de la
FAI, acompañados de algunos comunistas, se dirigieron a la Iglesia de San José,
donde estaban retenidos dos centenares de derechistas y asesinaron a lo más
prominentes. Más tarde, otro grupo de milicianos, sacó y fusiló a más
detenidos entre los que se encontraban 26 sacerdotes y religiosos. En
total, en esas sacas, fueron asesinadas 106 personas.
Estos son dos de los episodios – uno por cada bando- de la represión llevada
a cabo en Asturias de los cientos de ellos que Paul Preston nos relata para
toda España a modo de ilustración en El Holocausto español. Odio y Extermino en la
guerra civil y después ( Debate, 2011) El término holocausto lo emplea el hispanista inglés en su título en el
sentido de matanza de inocentes dado el gran volumen de víctimas civiles y la intensidad
del horror y dolor que produjo nuestra contienda , que es, después de las dos
guerras mundiales y la guerra civil rusa, el conflicto más sangriento del siglo
XX Alrededor de 200.000 víctimas de la represión en la retaguardia para el
conjunto de los dos bandos, frente a los 300. 000 de los caídos en los frentes
de batalla. Además de los 20.000 republicanos que fueron ejecutados tras la
victoria de los sublevados. A los que hay que añadir los que murieron de hambre
y enfermedades en las prisiones, campos de concentración y batallones de
trabajo, amén de los miles que murieron en los campos de exterminio nazis y la
tragedia del medio millón de exiliados que originó el conflicto.
Los trabajos locales y
regionales sobre la represión en la guerra son desde hace más de veinte años
muy numerosos y abarcan ya toda España. El
propósito de Preston en este libro ha sido a partir de ellos hacer un análisis integral
de aquella larga noche de piedra en que se convirtió nuestra guerra incivil.
Para ello, el contenido del libro comprende desde la explicación de la
génesis de aquel odio que
engendró y estimuló la represión y ya
estuvo presente en ambos bandos desde el inicio de la guerra a través de un
análisis de sus posibles fundamentos en la previa etapa republicana por la obstrucción de la derecha a las reformas
democráticas republicanas, hasta el análisis de la acción represora y del
aparato represor en los primeros años de la posguerra, resultado final y
coherente con lo que el autor denomina la “inversión” en terror que Franco había
ya mantenido como estrategia desde el origen de la guerra.
En medio, Preston realiza el análisis
de la cruel represión contra obreros y
campesinos llevada a cabo por el ejército de Queipo de Llano en Andalucía
occidental y la que realizó el ejército de Mola en Navarra, Galicia, León y
Castilla la Vieja, regiones en las que
apenas hubo resistencia republicana, pero donde la represión alcanzó también
una intensidad desproporcionada (aunque menor que en Andalucía). Analiza
también la acción represora en la zona
republicana que alcanzó en Madrid y Barcelona sus cotas más elevadas. Y
reconstruye con detalle el reguero de
sangre que dejó el ejército africanista- la llamada Columna de la Muerte- en su
marcha desde Sevilla a Madrid y la
reacción represora que produjo en el Madrid sitiado con las matanzas de Paracuellos
como su episodio más negro. La represión con la que el bando republicano trató
de defenderse del enemigo interior, contra la Quinta Columna y la extrema
izquierda es tratada como contrapunto con la deliberadamente lenta campaña
militar de ocupación del País Vasco, Santander, Asturias, Aragón y Cataluña
para poder llevar a cabo una aniquilación completa de de los enemigos.
En
el denso y pormenorizado capítulo que dedica a las matanzas de Paracuellos, además de establecer el contexto
en que se llevaron a cabo, el autor analiza la autorización, organización
y ejecución de aquella masacre. La
organización fue obra de los comunistas
y anarquistas y en su autorización y organización tuvieron un destacado
papel los consejeros rusos. Considera
que Santiago Carrillo, que ha negado
siempre su conocimiento de los hechos y ha mantenido en varias ocasiones que
fueron obra de elementos incontrolados, tuvo parte de responsabilidad en su
organización. Pero no fue el único
responsable de la misma, ni, desde luego, quien dio la autorización para
llevarla a cabo.
La tesis central del libro constata lo
que ya venían manteniendo otros historiadores anteriores. La represión fue
cuantitativa y cualitativamente diferente en uno y otro bando. En sus
dimensiones: las víctimas de la represión fueron tres veces más numerosas en el bando
sublevado que en el republicano (150.000 y 50.000 respectivamente). En el
tiempo: la acción represora disminuyó en el bando republicano hasta casi
desaparecer a partir de diciembre de 1936 cuando el gobierno republicano logró
hacerse con el control de la revolución espontánea surgida tras el golpe
militar; la del bando sublevado, en
cambio, no sólo duró toda la guerra, sino, como hemos dicho, se prolongó
durante la posguerra. Ambas características están, sin duda, relacionadas con
la naturaleza diferente que la represión tuvo para uno y otro bando. En el republicano fue
espontánea, no organizada, mientras que en el bando sublevado constituyó parte
de una estrategia institucionalizada y perfectamente planificada cuya finalidad
era el exterminio del enemigo. En palabras del director del golpe militar, el
general Mola, su objetivo era:”elinimar sin escrúpulos ni vacilación a todos
los que no piensen como nosotros”. Cada bando tuvo, además, su propio “chivo expiatorio”.
En el republicano, el clero, cuya represión alcanzó su mayor virulencia en
Cataluña; los maestros, en el de los insurrectos. Sabe a poco la referencia que
hace a la persecución que sufrieron éstos últimos y con lo que hoy sabemos ya
de la misma podría haberles dedicado Preston mayor atención. La represión de
las mujeres alcanzó, además, un especial tono de violencia sexual y de crueldad material y simbólica en el bando
franquista derivado de la actitud de desprecio que existía entre los sublevados
hacia las mujeres republicanas.
El holocausto español es un volumen
de casi 700 páginas, 150 de ellas
de referencias bibliográficas, al que Preston ha dedicado alrededor de ocho
años de empeño y la lectura de más de mil libros y que, además, le ha supuesto
un elevado coste emocional. Pero no se asusten los potenciales
o posibles interesados en su lectura. La
historia que escribe Preston es un auténtico paradigma de las buenas
características de la historiografía inglesa y este libro es por demás un buen ejemplo de ella. El rigor del historiador meticuloso se
combina aquí con un envidiable y claro estilo que permite una fácil lectura y le permite, además, recrear magistralmente el
ambiente de odio, terror y muerte que
impregnó la España ensangrentada de aquellos años.
Los datos, interpretaciones e
innumerables casos que jalonan las
páginas de este libro nos confirman lo que ya sabíamos: que el odio, el miedo y la violencia alcanzaron cotas de un salvajismo inimaginable
en la España de la guerra civil y que no hubo ni un atisbo de perdón entre los
partidarios de uno y otro bando. Pero, además, lo que deja claro el historiador
británico es que, dada la naturaleza exterminadora e institucionalizada con
que, desde el principio de la guerra, se llevó a cabo la represión por el bando
sublevado, no era posible- como así ocurrió- el perdón de los vencidos, sino
que su victoria fue una prolongación de la guerra contra la
República por otros medios entre los que la represión siguió siendo un arma letal en manos de los
vencedores. Los flecos de todo ello están hoy todavía presentes. Sus víctimas
fueron enterradas y honradas, pero las
de los vencidos siguen en las fosas comunes y en la cunetas, dada la actitud tibia- y hasta cobarde- con que la democracia las ha tratado.
( Publicado los suplementos de cultura de La Nueva España, de Oviedo, y el Diario de Mallorca, de Palma de Mallorca)
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