SIMÓN BOLIVAR Y LA
INDEPENDENCIA HISPANOAMERICANA
JULIO ANTONIO VAQUERO
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Simón Bolívar |
A los inmigrantes hispanos que
viven entre nosotros. Con mi sentimiento de fraternidad en las próximas
fiestas, que muchos de ellos deberán pasar
separados de sus seres queridos
La biografía de Simón Bolívar en el marco de
la nueva historiografía sobre la independencia
En
1808, con el vacío de poder originado en
la monarquía hispana por la guerra de la independencia, se inicia el proceso de liberación de nuestras
colonias americanas continentales que culminará simbólicamente en 1824 en la
derrota de los realistas en Ayacucho. Con esta derrota los españoles perdían el
último reducto colonial en su poder, el
virreinato de Perú. Estamos, pues, en vísperas de la conmemoración bicentenaria
del inicio del proceso de la independencia, y parece oportuno y de interés trazar un sumario estado historiográfico de la
cuestión que vamos a realizar a partir del análisis de la última biografía de
Simón Bolívar, el Libertador, escrita por el historiador e hispanista británico
Jonh Lynch: Simón Bolivar. Crítica, 2006.
Desde los
años sesenta, la interpretación dominante procedente de las historias nacionales de los países
surgidos del proceso de independencia comenzó a ser superada por una historiografía renovada que
dejaba a un lado la visión idealizada que el enfoque nacionalista proponía. Éste
entendía que la nación y el pueblo hispanoamericanos, conducidos por los Padres de la Patria y la
élite criolla, habrían sido los sujetos protagonistas de la independencia frente a la
opresión colonial de la monarquía española. En los años sesenta, en el contexto
de la descolonización y el triunfo de la revolución cubana, esa interpretación
no fue ya de recibo. Los historiadores
comenzaron a proponer otras que rebajaban el papel histórico de los
líderes libertadores, “los hombres de bronce” como se les denominó, y a ver a
los criollos como una élite que descontenta con el neoimperialismo español
desatado por las reformas
borbónicas (Jonh Lynch), dirigió el proceso independentista en su beneficio, lo
que explicaba la continuidad de las estructuras económicas y sociales en la etapa poscolonial y abonaba la teoría de la
dependencia de América Latina que dominaba en esos años.
La ola
democratizadora que a partir de los años ochenta inundó América Latina tras las oprobiosas
dictaduras militares supuso un punto de inflexión en esa historiografía de la
independencia. Además de seguir manteniendo en un segundo plano el papel de los
Libertadores, se insistió ahora por los historiadores americanos y europeos
en las posiciones que ante el proceso
independentista habían mantenido los grupos marginales y subalternos como los
pardos (negros y mulatos libres), los esclavos negros, los indígenas, los llaneros, y también en la actuación e
ideología de los no patriotas, los
realistas. Pero, sobre todo, en la búsqueda de antecedentes para esa ola
democratizadora del continente, se analizaron las ideologías de los sublevados,
no sólo de los líderes, y las actitudes, prácticas políticas y electorales y sociabilidades de aquellas sociedades durante
el proceso de de independencia ( François.- Xavier Guerra).
El cuadro resultante fue de una compleja
gama de matices, más allá de cualquier tendencia interpretativa maniquea. La
ideología ilustrada que inundaban los planteamientos de Simón Bolivar no habría
sido el motor exclusivo ni siquiera
dominante de la independencia en el ámbito de las ideologías independentistas,
sino que las ideas políticas del pensamiento tradicional neoescolástico
español habrían tenido también una gran
importancia en la justificación de los ideales revolucionarios de los
patriotas. Los hispanoamericanos que lucharon contra los realistas no sólo habrían
defendido el proyecto de independencia liderado por los Padres de la Patria,
Simón Bolivar, Sucre, San Martín, Artigas, Francia, Morelos…, sino que un
sector importante de ellos pretendía no la independencia y la separación de España sino sólo la autonomía de sus países.
Los
estados- naciones resultantes vivieron,
según estas interpretaciones, la vida republicana no sólo en el marco de las
instituciones representativas copiadas de Europa, sino que también pusieron a
punto o reavivaron instituciones y estructuras de sociabilidad política propias
de la región y del mundo colonial anterior. Entre ellas, el caudillismo. Frente
al paradigma interpretativo de Liynch, fundamentado en el origen del
levantamiento por el descontento de las reformas borbónicas en la colonia (y
que ha sido el dominante en los medios académicos españoles), la escuela de
Guerra ha insistido en el escaso alcance de las reformas del neoimperialismo
borbónico, y ha buscado la etiología de la independencia en la propia crisis
interna de la monarquía española espoleada por la crítica coyuntura de la guerra de la independencia
frente a Napoleón.
Es en el contexto de esa historiografía
renovada en el que Lynch ha construido su biografía de Bolivar. No sólo estamos
ante una nueva visión de la vida, la obra y el legado del prócer venezolano,
sino también ante un matizado e informado cuadro del significado e
implicaciones del proceso independentista hispanoamericano. Más allá de la retahíla de mitos y condenas que ha
recorrido la figura de Bolívar, Lynch traza un retrato completo, objetivo, ni
hagiográfico ni demonizador, del Libertador, cuya acción revolucionaria dio
carta de naturaleza a seis naciones hispanoamericanas.
Como intelectual, el Bolivar de Lynch
aparece como un pensador con una sólida formación cultural basada en la
lectura de los filósofos ilustrados, sobre todo, franceses, cuyas obras
conoció durante su estancia en París, y de los autores clásicos grecolatinos.
En la penumbra deja el biógrafo sus sentimientos religiosos y en la más
completa oscuridad su supuesta adscripción a la masonería que ni siquiera
menciona ni para afirmarla o desmentirla.
Como militar, faceta que el propio
Libertador consideró como su más genuina aportación, la minuciosa descripción
que hace el hispanista británico de sus campañas bélicas durante los cerca de
veinte años que duró el proceso independentista, nos transmite una valoración
ambivalente. Pero el balance global es positivo como demuestra su éxito final
en este aspecto.
Y, finalmente, como político y estadista,
Lynch interpreta al prócer americano
como un hombre pragmático, que quiso rebasar con su obra política los intereses
del grupo social criollo al que pertenecía. Pero no en el sentido de implantar en la América
liberada profundas transformaciones revolucionarias, sino en el de realizar una
obra reformista con la aplicación de una limitada libertad e igualdad en las
nuevas sociedades republicanas. Lo que
ni siquiera pudo conseguir por los obstáculos y la oposición tanto de los
criollos como de las clases populares, dificultades que le llevaron a unos
planteamientos centralistas y
autoritarios que terminaron en el fracaso y en su propio exilio.
HUGO BOLÍVAR
J. A. V. I
El legado de Bolívar ha
sido mitificado incesantemente desde el mismo momento de su muerte. No sólo por
las nuevas naciones que él contribuyó a crear, sobre todo, por su patria de
nacimiento, Venezuela. En los años sesenta el castrismo en su lucha contra el
imperialismo norteamericano promovió el culto a su memoria por su lucha por la
liberación nacional y por promover en el Congreso de Panamá una unidad
supraestatal entre todos los países hispanos de América. Hugo Chávez, por su
parte, lo ha convertido en el símbolo de su régimen, que ha pasado a
denominarse Republica Bolivariana de
Venezuela, viendo en él, además de lo anterior, el luchador por las clases
populares y oprimidas. Lo que si, por
una parte, casa mal con la interpretación que Lynch nos proporciona en esta
biografía del Libertador, por otra no parece entrar en contradicción con la idea eje del pensamiento político
bolivariano de que la América hispana no debía copiar literalmente los sistemas
políticos representativos europeos, sino adaptarlos, implantando los suyos
específicos, acordes con la realidad genuina de sus sociedades. Ni tampoco parece ser contradictorio con la tendencia a la centralización del poder
y la idea de un ejecutivo fuerte que
Chávez defiende, aspectos que Bolívar también vio como instrumentos necesarios
para la transformación de los nuevos
Estados.
J. A. V. I
Bolívar ha sido un personaje mitificado
positivamente por unos, pero también condenado duramente por otros.. Una de las más
importantes biografías sobre el Libertador, la de Salvador de Madariaga, fue
escrita en clave rigurosamente crítica
con su obra. En el repaso que Lynch hace
del legado de Bolívar se olvida de una
de esas condenas, quizás la más
dura, que se ha vertido sobre su vida y
su obra, emitida nada menos que por Marx en un
ensayo biográfico que era un encargo destinado a ser publicado en un
enciclopedia norteamericana, titulado “ Bolívar y Ponte”.En él llega a calificar a Bolívar de “vil dictador” de la causa aristocrática. Marx se inspiró para escribirlo en varias
obras detractoras de la persona y la obra de
Bolívar depositadas en el Brithis Museum de Londres, obras que
contenían numerosos datos históricos incorrectos. El propio Marx reconoció,
incluso, a Engels los defectos de su
ensayo.
(Artículo publicado en el suplemento Cultura de la Nueva España de Oviedo)
(Artículo publicado en el suplemento Cultura de la Nueva España de Oviedo)
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