PRIMAVERA
REPUBLICANA
JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS

Por eso, como trata de explicar el reciente y ambiguo libro de Ángel Duarte, El otoño de un ideal
(Alianza Editorial, 2009) escrito desde
la exclusiva y excluyente perspectiva
del republicanismo liberal, sólo se puede considerar como una paradoja aparente
el que mientras el republicanismo histórico sobrevivió con gran esfuerzo y enormes
dificultades a las difíciles
circunstancias del exilio y fracasó en su objetivo final de restaurar la
República tras el fin de la dictadura , en estos últimos años de nuevo esa
ideología haya reverdecido como si una nueva primavera republicana rebrotase otra vez.
No sólo las condiciones internas para
la supervivencia en el exilio del republicanismo histórico fueron
extremadamente duras y negativas, incluidas las profundas divisiones que
existieron entre sus diferentes componentes, acentuadas incluso con el anticomunismo
que la Guerra Fría propició en los medios del sector liberal del republicanismo
exiliado, sino que, además, la coyuntura
internacional impuesta por el enfrentamiento de los dos bloques fue definitiva en
el fracaso de las aspiraciones políticas de la comunidad republicana en el exilio.
A pesar de sus grandes esfuerzos
para adaptar sus contenidos a los nuevos tiempos y adecuar a ellos una nueva
estrategia que siempre tuvo, sin conseguirlo nunca del todo, como uno de sus objetivos
principales la unión de todas sus corrientes y tendencias, el
republicanismo histórico en el exilio no logró conectar ni influir
decisivamente en la oposición interior al franquismo. .
Las aspiraciones del republicanismo histórico de restaurar en España el
régimen democrático republicano, recibieron su herida de muerte con la
incorporación del régimen franquista a las instituciones supranacionales como
expresión de la consideración de España por el bloque occidental como bastión para impedir la expansión del
comunismo en el flanco sur de Europa. El espaldarazo simbólico definitivo de
ese apoyo a la dictadura franquista parte del amigo americano fue la venida a nuestro país en 1959 del
presidente Eisenhower.
Si a esa trayectoria sumamos la
destrucción sistemática que el franquismo llevó a cabo de la memoria
republicana y el olvido meditado que supuso para la misma la transición pactada
que nos condujo a la democracia coronada en que vivimos, y que supuso incluso
la renuncia de la izquierda a la defensa de la forma de gobierno republicano,
tenemos la explicación del papel político escasamente relevante que el
republicanismo histórico ha tenido en
nuestra etapa democrática. Sin embargo,
la ideología republicana ha renacido en estos últimos años con una gran fuerza como
el ave Fénix de sus cenizas. Las razones de ese
renacimiento son, desde luego, complejas.
Sin duda, ha tenido que ver con
ello, como apunta Duarte en El otoño de un ideal, la clausura
que supuso 1989 para la opción emancipadora comunista y la necesidad de la
izquierda de buscar alternativas en otros horizontes ideológicos como eran los
de la teoría política republicana que la
filosofía política actual no había dejado nunca de estudiar y remozar.
Pero, aun con toda la importancia que hay que dar a ese nuevo escenario
político e ideológico internacional, me parece que es necesario ir más allá de
esta explicación monocausal
Ese republicanismo renacido tiene también mucho que ver con la situación
que presenta nuestro sistema democrático y está impregnando de nuevo, aunque
con distintos grados y matices, la visión política de amplios sectores de la izquierda española.
Izquierda que, o ha
vuelto sobre sus pasos y abre sus
horizontes hacia una III República, o, como es el caso de la izquierda que
sustenta el partido que nos gobierna, pone el acento en una república coronada.
Y en el origen de este nuevo
republicanismo también han influido, sin duda, la acción y el testimonio de las
fuerzas políticas republicanas de
izquierda y las diversas organizaciones republicanas que han subsistido en la
etapa democrática, con su labor de difusión de la memoria de la II República y
su defensa de los valores republicanos. Aspectos que si se mencionan en El otoño de un ideal, no
se relacionan, sin embargo, con el despertar del nuevo espíritu republicano en
este confuso y difuso libro que estamos comentando.
Este nuevo espíritu republicano hay que ponerlo, pues, también en relación con
la baja calidad de la democracia que ha traído la Transición con su clara
deriva hacia la partitocracia. Esa deficiente realidad política que vivimos ha convertido los valores cívicos republicanos
y la mayor intensidad en la
participación ciudadana que defiende el republicanismo no sólo en un horizonte deseable,
sino necesario para una verdadera regeneración democrática. Del mismo modo que
la colusión de las posiciones del sector neocon de nuestra derecha con las actitudes
fundamentalistas de la jerarquía eclesiástica española, revaloriza y sigue
haciendo necesario aún más hacer realidad los valores del laicismo republicano.
En fin, un republicanismo que entendido así no parece ser ni fruto de la
nostalgia ni vano y fútil empeño político, como le achacan sus detractores.
Es cosa sabida. Pero conviene recordarlo de vez en cuando. Y más en este
año y este mes que conmemoramos no sólo el setenta aniversario del final de la guerra civil, sino también el
septuagésimo del fin de la Segunda República, porque ni la guerra civil fue una
consecuencia necesaria de la República ni, en puridad, la República terminó con el inicio del conflicto
civil. Todos sabemos, decía, que el republicanismo, con más de cien años de
historia en nuestro país, fue en España
algo más que una corriente política, una cultura política, identificada
con la defensa y la implantación de la democracia frente a la Monarquía que hasta la Transición
o bien fue la expresión del absolutismo o bien encarnó la realidad histórica del liberalismo
oligárquico.
Por eso, como trata de explicar el reciente y ambiguo libro de Ángel Duarte, El otoño de un ideal
(Alianza Editorial, 2009) escrito desde
la exclusiva y excluyente perspectiva
del republicanismo liberal, sólo se puede considerar como una paradoja aparente
el que mientras el republicanismo histórico sobrevivió con gran esfuerzo y enormes
dificultades a las difíciles
circunstancias del exilio y fracasó en su objetivo final de restaurar la
República tras el fin de la dictadura , en estos últimos años de nuevo esa
ideología haya reverdecido como si una nueva primavera republicana rebrotase otra vez.
No sólo las condiciones internas para
la supervivencia en el exilio del republicanismo histórico fueron
extremadamente duras y negativas, incluidas las profundas divisiones que
existieron entre sus diferentes componentes, acentuadas incluso con el anticomunismo
que la Guerra Fría propició en los medios del sector liberal del republicanismo
exiliado, sino que, además, la coyuntura
internacional impuesta por el enfrentamiento de los dos bloques fue definitiva en
el fracaso de las aspiraciones políticas de la comunidad republicana en el exilio.
A pesar de sus grandes esfuerzos
para adaptar sus contenidos a los nuevos tiempos y adecuar a ellos una nueva
estrategia que siempre tuvo, sin conseguirlo nunca del todo, como uno de sus objetivos
principales la unión de todas sus corrientes y tendencias, el
republicanismo histórico en el exilio no logró conectar ni influir
decisivamente en la oposición interior al franquismo. .
Las aspiraciones del republicanismo histórico de restaurar en España el
régimen democrático republicano, recibieron su herida de muerte con la
incorporación del régimen franquista a las instituciones supranacionales como
expresión de la consideración de España por el bloque occidental como bastión para impedir la expansión del
comunismo en el flanco sur de Europa. El espaldarazo simbólico definitivo de
ese apoyo a la dictadura franquista parte del amigo americano fue la venida a nuestro país en 1959 del
presidente Eisenhower.
Si a esa trayectoria sumamos la
destrucción sistemática que el franquismo llevó a cabo de la memoria
republicana y el olvido meditado que supuso para la misma la transición pactada
que nos condujo a la democracia coronada en que vivimos, y que supuso incluso
la renuncia de la izquierda a la defensa de la forma de gobierno republicano,
tenemos la explicación del papel político escasamente relevante que el
republicanismo histórico ha tenido en
nuestra etapa democrática. Sin embargo,
la ideología republicana ha renacido en estos últimos años con una gran fuerza como
el ave Fénix de sus cenizas. Las razones de ese
renacimiento son, desde luego, complejas.
Sin duda, ha tenido que ver con
ello, como apunta Duarte en El otoño de un ideal, la clausura
que supuso 1989 para la opción emancipadora comunista y la necesidad de la
izquierda de buscar alternativas en otros horizontes ideológicos como eran los
de la teoría política republicana que la
filosofía política actual no había dejado nunca de estudiar y remozar.
Pero, aun con toda la importancia que hay que dar a ese nuevo escenario
político e ideológico internacional, me parece que es necesario ir más allá de
esta explicación monocausal
Ese republicanismo renacido tiene también mucho que ver con la situación
que presenta nuestro sistema democrático y está impregnando de nuevo, aunque
con distintos grados y matices, la visión política de amplios sectores de la izquierda española.
Izquierda que, o ha
vuelto sobre sus pasos y abre sus
horizontes hacia una III República, o, como es el caso de la izquierda que
sustenta el partido que nos gobierna, pone el acento en una república coronada.
Y en el origen de este nuevo
republicanismo también han influido, sin duda, la acción y el testimonio de las
fuerzas políticas republicanas de
izquierda y las diversas organizaciones republicanas que han subsistido en la
etapa democrática, con su labor de difusión de la memoria de la II República y
su defensa de los valores republicanos. Aspectos que si se mencionan en El otoño de un ideal, no
se relacionan, sin embargo, con el despertar del nuevo espíritu republicano en
este confuso y difuso libro que estamos comentando.
Este nuevo espíritu republicano hay que ponerlo, pues, también en relación con
la baja calidad de la democracia que ha traído la Transición con su clara
deriva hacia la partitocracia. Esa deficiente realidad política que vivimos ha convertido los valores cívicos republicanos
y la mayor intensidad en la
participación ciudadana que defiende el republicanismo no sólo en un horizonte deseable,
sino necesario para una verdadera regeneración democrática. Del mismo modo que
la colusión de las posiciones del sector neocon de nuestra derecha con las actitudes
fundamentalistas de la jerarquía eclesiástica española, revaloriza y sigue
haciendo necesario aún más hacer realidad los valores del laicismo republicano.
En fin, un republicanismo que entendido así no parece ser ni fruto de la
nostalgia ni vano y fútil empeño político, como le achacan sus detractores.
( Publicado en el suplemento Cultura de La Nueva España (Asturias)
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