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Pablo Casado en el baño |
VOCABULARIO, COMUNICACIÓN Y POLITICOS DE LA PANDEMIA
JULIO ANTONIO VAQUERO
IGLESIAS
La pandemia que sufrimos nos ha
traído un nuevo vocabulario. Casi podríamos decir que una neolengua como de la que
hablaba Orwel en “1984”. Términos por
cierto que, en su mayoría, no responden a correctos criterios lingüísticos.
Pensemos sino en la contradicción en los términos que supone “distancia social”
o la ambigüedad y la connotación orweliana que implica “nueva realidad” o el
anglicismo que es “desescaladamiento” que, por cierto, supone que antes hubo
una escalada que es un acto volitivo que
nunca hubo porque el virus llegó, invadió y mató sin que hubiera ninguna
voluntad por nuestra parte. No faltan tampoco los nuevos acrónimos como Erte
(Expediente de Regularización Temporal de Empleo), que desgraciadamente nos
traen referencias de las pavorosas consecuencias sociales y económicas que está
causando la pandemia que nos asola. O expresiones de connotación tan oscura como la de “laminar
el tiempo”, cuando tenemos en castellano expresiones claras para decir lo
mismo.
En cierto sentido, parece como si
la distopía se hubiese hecho ya realidad entre nosotros y hubiésemos dejado sin
argumentos a los autores de ciencia ficción para mucho tiempo.
La otra realidad que cada vez parece imponerse de
manera más clara es el clamoroso fracaso de la política de comunicación del
gobierno de coalición. Está claro que Pedro Sánchez, a pesar de su atractivo kennediano,
no es, desde luego, un político muy dotado para la comunicación o, al menos, en
esta dramática situación no está al nivel requerido. Abusa de los
circunloquios, es difícil seguir el curso de su idea principal por sus
continuos rodeos y, al final, no va al grano, lo que implica capacidad de síntesis
y oratoria directa. Sus intervenciones deberían de ser más cortas y dejar los
aspectos técnicos para que los contestasen sus expertos y dejar a un lado ese continúo
paternalismo que tiñe sus parlamentos como si los españoles fuéramos niños o
personas inmaduras. Quizás Sánchez
debería fijarse más en los modelos de Macron o de Merkel en sus maneras de
comunicar. Por cierto, esos expertos no
son, desde luego “presuntos expertos” como ha salido de la viperina lengua de
la marquesa Cayetana Álvarez de Toledo quien, por cierto, nunca se podría
equiparar aunque quisiera a los “marqueses” de Galapagar porque ella lo es de nacimiento, esto es, sin méritos nacidos de
sus obras, mientras que, de serlo, los Iglesias, lo serían por méritos propios de su inteligencia
y de sus obras que es de donde debería salir cualquier título honorífico de
reconocimiento democrático.
Por cierto, el propio Pablo
Iglesias debería, nos parece, enfocar adecuadamente su habilidad oratoria que,
sin duda, hay que reconocerle para asumir lo que no parece reconocer del todo y
es que ahora no está en la oposición, sino en el banco azul y es miembro
importante del gobierno. Porque si un espectador no avisado no supiera esa condición, de oír sus parlamentos pensaría
sin duda que eran los de un orador de la oposición y no de un importante
miembro del gobierno. Y esto debería de tenerlo en cuenta incluso en sus
respuestas a Vox, aunque la verdad es que hay que reconocer que a muchos de
nosotros también nos costaría controlarnos al escuchar cómo ese
partido utiliza los muertos y los mayores para sus fines políticos.
Sin duda, en las situaciones difíciles y dramáticas como la
que estamos atravesando es donde se descubren los verdaderos políticos, los
auténticos estadistas, como fueron los casos, dicho sea solo a título de
ejemplo, de Churchill en la trágica coyuntura de la Segunda Guerra Mundial o de
Adolfo Suárez, en la de nuestra transición.
En esta actual que padecemos y en
nuestro país se ven pocos, por no decir ninguno, que llevarnos a los labios
para mencionarlos. Aunque, eso sí, no puedan medirse todos los políticos con el
mismo rasero, sin duda. No es lo mismo, desde luego, Casado mirándose en el
espejo para intentar que Vox no le alcance por detrás y teniendo por delante
como referente al valiente Aznar que cuando se declaró la epidemia en Madrid,
salió como alma a la que persigue el diablo hacia Málaga para evitar los
efectos de la pandemia, que otros que tratan con errores de bulto, pero buenas intenciones de
controlar el tsunami que nos ha caído encima y de evitar que, como ocurrió en la Gran Recesión, la
factura la paguen los de siempre, esto
es, los de abajo. A la vez que unos pocos, muy pocos, desde luego, de ambos
bandos, tratan por todos los medios de ponerse delante del toro para evitar en
lo posible los efectos mortíferos de su acometida como es el caso, déjenme
citar solo a dos, pero seguro que, si rebuscamos saldrían otros (no muchos)
como el alcalde Almeida en Madrid que ha puesto los actos por delante de las
palabras o Gabilondo que busca denodadamente en la Comunidad de Madrid de aunar
las sinergias necesarias de derecha e izquierda para atajar en lo posible los
efectos de la tragedia en la que estamos sumidos.
Desde luego, los mejores de la
crítica situación están siendo, sin duda, los ciudadanos y aquella parte de
ellos, los profesionales, que les ha tocado la acción directa ante la pandemia
y que no hay que convertirlos en héroes, sino reconocerlos como profesionales
cabales que han sabido cumplir con sus deberes y su obligaciones, en muchos
casos, por encima de sus responsabilidades.
De ellos, todos nosotros tenemos,
sin duda, que estar agradecidos. Y no desde luego, de los políticos de todos los niveles
institucionales (no todos, desde luego) que ni siquiera han entendido en esta
coyuntura crucial la importancia que tienen los gestos simbólicos que como los
más altos magistrados públicos deberían haber adoptado. Y no sólo no lo han hecho, sino que incluso los
han rechazado, como el de reducirse sus emolumentos y dedicarlos a los más
castigados por la pandemia.
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