UNA HISTORIA IDEALISTA DE LOS DERECHOS
HUMANOS
JULIO ANTONIO VAQUERO IGLESIAS
En este libro, “La invención de los Derechos Humanos” (Tusquets Editores, 2009), la historiadora y profesora norteamericana, especialista en la historia de la Revolución francesa, Lynn Hunt pretende, infructuosamente a mi entender, explicar la génesis de los derechos humanos y, en coherencia con esa explicación, trazar su historia hasta hoy.
Las menciones a los “derechos humanos” o “derechos del hombre” comienzan a ser
frecuentes en la segunda mitad del siglo XVIII en los medios intelectuales
ilustrados, aunque sin especificar en principio
los derechos concretos a los que aluden. Va a ser en las primeras declaraciones
de los derechos humanos que se proclaman en el siglo ilustrado cuando aparezcan
expresamente mencionados cuáles son esos derechos: la Declaración de Derechos
de Virginia (1776), la Declaración de Independencia de Estados Unidos (1776) y
la Declaración francesa de los Derechos del Hombre y el Ciudadano (1789).
En todas esas menciones y en las
tres Declaraciones, los derechos humanos se consideran como naturales
(inherentes a todos los hombres), iguales (los mismos para todos) y universales
(validos en todas las partes). Como también se entienden esos derechos como “evidentes”, esto
es, que no necesitan explicación (“Sostenemos como evidentes estas verdades…”, escribió Jeffeson en la
Declaración norteamericana).
En esa “evidencia” está, según Lynn Hunt, la
clave del origen de los derechos humanos. Con raíces en los siglos anteriores,
cristaliza ahora en la segunda mitad del siglo XVIII, una nueva mentalidad .y sensibilidad. Éstas se
basan, por una parte, en un creciente
reconocimiento de la autonomía personal
que implica tanto un avance de la individualización, como una nueva
actitud ante el cuerpo. Y, por otra, en un sentimiento de empatía que presupone
la convicción de que los demás piensan y sienten como nosotros. Así, pues, las
prácticas culturales que se derivaron de esa nueva mentalidad terminaron
finalmente convirtiéndose en “evidentes”
y reconociéndose como derechos del
hombre o derechos humanos, cuya salvaguarda alcanzó su dimensión política
cuando aparecieron en las Declaraciones
de derechos.
Tal y como lo plantea la historiadora norteamericana la genealogía de los
derechos humanos no es sino exclusivamente -o prioritariamente- un cambio de
mentalidad, un cambio en las mentes individuales. Pero- según mi entender- esa
explicación supone un salto en el vacío, pues el origen de ese cambio lo deja
en la oscuridad. Aunque sí concede una gran importancia a la difusión de esa
nueva clase de mentalidad y de las prácticas culturales inherentes a ella.
Sobre todo, a través de la lectura de las crónicas de torturas y de las novelas
epistolares que desarrollan en los lectores los sentimientos de empatía o de la integridad del cuerpo que a
su vez se van a transformar en los nuevos conceptos políticos y sociales de los
derechos humanos. Estamos, pues, en el polo opuesto de la crítica marxiana de los derechos
humanos como ideología de la burguesía. Esto es, ante un reduccionismo psicologista
de clara inspiración idealista.
La autora debe hacer verdaderos equilibrios para que su
explicación de la evolución histórica de los derechos humanos sea coherente con la interpretación que da de su origen. Así las explicaciones que nos propone para resolver la contradicción entre su
creciente violación desde la segunda mitad del siglo XX hasta hoy, y el
indudable y simultáneo aumento de la mentalidad pro derechos humanos, son
confusas y poco convincentes.
Sin embargo, desde una
interpretación no idealista de la génesis de los derechos humanos, ésa y otras no serían sino
falsas contradicciones. Y, desde luego, podríamos prop(PBoner medidas más
adecuadas para conseguir avanzar en su cumplimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario