PAREJAS CON HISTORIA
Julio Antonio Vaquero Iglesias
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ENRIQU8E VIII |
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Ana bolena |
¿ Fue Enrique VIII un Barba
Azul que se desembarazó, con el repudio, la decapitación y hasta el cisma, de
varias de sus seis mujeres para saciar sus incontrolados e ilimitados impulsos
sexuales? ¿ De verdad, como le predijo la gitana, fue auténticamente imperial
el destino de Eugenia de Montijo con Napoleón III, aquel que Victor Hugo, su
gran opositor, llamaba despectivamente Napoleón el Pequeño?
¿ El amor entre George Sand, la escritora protofeminista, y Chopin, el
genial compositor tísico, fue, en realidad, tan tórrido y romántico como parece
sugerirlo el aislado y bello paraje de
Valldemosa donde vivieron una
etapa de sus nueve años de relación? ¿ Se comportó Hitler con Eva Braun como
un modélico varón nazi, es decir,
dominante y dominador con su pareja y macho incansable, capaz por sí solo de
engendrar toda una nación de arios, si no fuera porque la ineludible doble
misión que la genética racial le tenía destinada (construir el “labensraum”, el
espacio vital alemán que era, claro es, todo mundo y velar por la pureza de la
raza aria, eso sí, eliminando higiénicamente
a los judíos en las duchas-cámaras de gas), no le dejó tiempo material
para ello?
Quien
se acerque a esta colección de Plaza y
Janés sobre las parejas en la Historia y
lea las obras que tratan de las mencionadas más arriba, con el “morbo” de
encontrar confirmación de las tópicas y tentativas respuestas que implican las
preguntas anteriores, se va a llevar, sin duda, una doble sorpresa. La primera
es que la historia como vida pasada que
es suele ser más prosaica que la ficción, pero, a veces, también más
sorprendente que ésta. La segunda, que, al menos como intento, hay en estas
biografías de parejas célebres, algo más que divulgación- basura. No se limitan
al análisis de su relación afectiva y personal, sino que las toman casi como
pretexto, en unos casos más que en otros, para divulgar el momento histórico en
que vivieron. El propósito, sin duda, está más bien en la línea de hacer
compatible el loable “divulga que algo queda” con el fenicio “divulga que algo
ganas”. Y en ese sentido pretenden ser
más parejas con historia que historias de parejas. Otra cosa diferente, como ya
hemos insinuado, es que lo hayan logrado plenamente.
Si
hemos de creer a David Loades (Enrique VIII
y sus reinas, 1999) no fue Enrique VIII quien se quitó de
encima, en el sentido político, a Ana Bolena, sino Cromwell, la “facción
aragonesa” y los Seymour por las veleidades reformadoras de la real consorte.
Pero, en el otro sentido, en el literal,
sí parece que ocurrió así. Ana extenuó al gran garañón inglés que de
incontinente voraz pasó, al menos temporalmente, a continente forzoso,
como se rumoreaba en la corte y hasta la
misma reina- ellas siempre tan discretas- comentaba con sus damas.
Por su parte, aquel emperador de salón que fue Napoleón III
se dedicó con ahínco a la conquista de Eugenia de Montijo. Pero cuando ésta se rindió más por el tenaz asedio del
imperial galán que por los encantos físicos del sitiador, el napoleónida pronto
se cansó de ella y se dedicó a seguir engrandeciendo su imperio con queridas
fijas y de postín y las numerosas
modistillas y artistas de medio pelo y de buen ver que pasaron sin apenas dejar
huella por su cama. Entre las primeras, destacó, sobre todo, La Castiglione,
que se dice hizo en la cama una buena
labor diplomática en favor de Piamonte y su primo el conde de Cavour. Pero,
como cuenta Isabel Margarit ( Eugenia de Montijo y Napoleón III,
1999), la aristócrata española (¡ olé, que no chapeau, por ella!) no se
conformó con su papel de emperatriz- adorno y mujer despechada. Y comenzó a
preocuparse por los asuntos de estado del
régimen bonapartista que cuando fue república cercenó las libertades y
cuando se convirtió en imperio intentó ser más aperturista. Paradoja que no era
tal, porque, tanto en una como en otra etapa, como toda repetición histórica,
fue una farsa que ocultaba una dictadura personal de aquel emperador demagogo
que Marx – con perdón… de Miliu Cueto- desenmascaró y criticó
duramente. “La Española” como la llamaban los franceses, llegó a ser por tres
veces regente en las ausencias de su marido y hasta representar a la Francia del II Imperio en la
inauguración del Canal de Suez.
Poco o nada de
romántico hubo en la estancia de George Sand y Chopin en Valldemosa. Como
relata Fernando Díaz- Plaja ( George Sand y Fréderic Chopin, 1999) la pareja recaló en la desamortizada
cartuja mallorquina por indicación de Mendizábal, amigo de George, tras haber
sido expulsados de su anterior domicilio
en la isla, por su casero,
temeroso del contagio de la tuberculosis que padecía Chopin.
No
es extraño que los campesinos mallorquines de Valldemosa los rechazasen y los viesen casi como auténticos demonios. Una
pareja que convivía sin estar casados,
que no asistía a misa; ella vestida de pantalones y fumadora empedernida y él
tísico y encerrado la mayor parte del día en la celda componiendo algunas de
sus obras más tétricas y paseando por la noche bajo las bóvedas de la Cartuja
sus terrores nocturnos. Ni amor
romántico ni tórrido, ni siquiera apasionado. George, además de su
tormentosa relación con Musset, tenía ya una larga experiencia de
relaciones con otros muchos hombres y
también le gustaban las mujeres y no sólo por su condición de feminista “avant
la lettre”. Pero con Chopin ya sólo conversaba en la cama y manifestaba hacía él una actitud de ternura, casi una
relación de amor materno-filial. (¿ o era paterno-filial…. quién lo sabe?).
Desde luego, el recuerdo que les quedó de los mallorquines y por extensión de
España no fue nada agradable. Él llegó a decir al irse de Mallorca: “ Cuánto
odio a España; he salido de ella como los antiguos caminando hacia atrás”.
Hitler trató a Eva Braun
como una amante, con exquisitos y
caballerosos modales, dando satisfacción a todos sus caprichos y poniéndole
incluso el canónico pisito. Esto es, con un modélico y refinado machismo. Pero,
como dice Pere Bonnin (Eva
Braun y Adolf Hitler, 1999), oficialmente la Braun sólo fue su “secretaria” especial, el descanso del
guerrero ario. Hoy en la era posmoderna y democrática, sería algo así como su
“becaria” a tiempo completo. En realidad, la primera dama oficial del III Reich
fue la señora de Goebbels (¿ se acuerdan?, aquel de “cultura de la pistola” que diría Gustavo Bueno), la
cual también estuvo, parece ser, como lo estaba la amante de Hitler,
perdidamente enamorada de aquel redivivo nibelungo de bigotito y flequillo
ridículos. Qué les daría, dios mio. Hasta el momento final, cuando ya los
soldados soviéticos se acercaban al búnker berlinés, no se casó con Eva, y, aun
así, no le ofreció un matrimonio con gran futuro. La luna de miel la celebraron
suicidándose. Nunca anteriormente Hitler
consideró a su “tontita”, como él la llamaba cariñosamente y seguro que
otros descriptivamente, digna de casarse con él. Una mujer que por dos veces
había intentado suicidarse por su idolatrado führer. Él, encarnación del
superhombre, sólo podía estar casado con Alemania. Y a pesar de su actitud
favorable a la procreación fuera del matrimonio, siempre y cuando las mujeres
alemanas fueran fecundadas por machos arios, no quiso tener hijos con su amante
para dedicarse por entero a su heroica
misión de que se cumpliese el destino de Alemania. La verdadera razón parece haber sido, no su impotencia, como se
rumoreó, sino que sabedor de sus orígenes incestuosos temía que su descendencia fuese defectuosa.
Le habría tenido que aplicar sus propias leyes eugenésicas y, además,
imagínense ustedes el mal ejemplo y la
falta de credibilidad que ello hubiese supuesto para sus altos, rubios y
“ojiazules” seguidores.
No
de bisutería fina, como alguien puede deducir equivocadamente por el título,
trata el libro de Juan Balansó, Las alhajas exportadas ( Plaza y
Janés, 1999), sino de economía real. Es decir, de las reinas que “exportó” e
“importó” España. Pero en este caso son más bien historias de reinas que reinas
con historia. Quizás lo más morboso del libro es el tratamiento que el autor da
a la “importada” reina actual. Con el
cuidado de quien anda sobre un campo de minas, trata de salirse de los límites
de la biografía autorizada y desvela
algunos aspectos apenas conocidos o oscurecidos en aquélla. Como lo de su
imagen de griega de la Acrópolis de toda la vida, cuando realmente su formación
ha sido plenamente teutónica o lo de su “construido” y no muy lejano pedigrí
cultural- humanista. Sin duda, me quedo con las parejas con historia. Son más
entretenidas y además, con su lectura, uno puede recordar o aprender algo de
Historia. De todas las maneras, la próxima vez les hablaré de algo más serio. Perdónenme.
(
Publicado en el suplemento cultural de “La Nueva España
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